domingo, 12 de julio de 2015

La programada distracción


Ahora que la televisión parece mostrar los prolegómenos de una distracción programada, me pregunto si soy yo el que está del otro lado de la pantalla, el que bebe de su vaso la última de las discordias, conjeturando -porque siempre lo he hecho- sobre aquello que está lejos de resolverse, cuando los finales no son finales sino más bien prolongaciones de una estafa cuidadosamente urdida, cuando los maquillajes no cubren los estudiados planos, ni las sonrisas parecen sinceras en su propósito, es entonces que me inclino hacia la idea de entender que todo en este mundo es una mera vicisitud, y me dejo caer en la silla incómoda, mientras las disrupciones se van troquelando a sí mismas, como si fuera posible observarlas en cámara rápida, y yo quieto, impávido, mirando la última luz del edificio apagarse, porque nos dimos cuenta que ya no había nada por hacer, salvo aceptar que somos parte del decorado, que a nadie le importará si la tarea queda incompleta, porque al final de la jornada siempre habrá alguien en nombre del sistema que pondrá los manteles en la mesa, tomando nota que lo correcto esté correcto, que nos hagan creer que siempre hicimos una elección.

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