Suplir
Esa era la única palabra del poema, porque
no podía entender las entelequias, el tono –siempre el tono– o la voz propia
(nadie me puede decir como es, todos sin embargo perciben la ausencia) en los
recodos, en los correlatos, crecen hortensias como un amparo –largos pasillos
donde la infancia corretea hacia la puerta, nunca hacia la calle– dejo correr
el agua de la canilla de la infancia, siempre el sol lleno, los tobillos
cubiertos de algas. De toda esa estructura, apenas puedo nombrar lo que parece
posarse.
Largos años deslizados en un vertedero –la espuma separada, las cerdas de las escobas como
junturas entre los barrotes y las alcantarillas– (ese comprender que se supone,
ese verso esquivo, finalmente esta llaga)
No sé donde termina el día.
La única palabra del poema que estalló en el
poema, ralado, acaso vertical, y solo quedan vidrios donde se reflejan las
palabras en el sol, como una rueca, o un dentelleo.
Versos que no construyen sistemas, trazos
que untan aparejos, para finalmente resquebrajar la cal de las paredes. Este
pasillo perfecto, en ocres duraznos, con flores rosadas y campanas amarillas,
detiene el tiempo de los jardines poblados de conchillas, los años que apenas
caben en un escurridero.
La sombra
visible que cerró la tranquera mientras el viento abandonaba la casa.