Entro por el sesgo de un aullido metálico, vidrios rotos en la calle ancha, la canción cruza por los charcos sin reflejar su sombra, el golpeteo de una campana de cobre con escobillas negras, una aureola que todo lo barre, como si el humo blanco de una hoguera estuviera contenido en un tanque.
Atardeceres de conversaciones con cigarrillos y vasos de ginebra, ramas de árboles trepando, reptando.
El poster en la habitación, pegado con cinta.
Caminar pisando
los cristales, desde esa quejumbrosa pulsión donde escondí mi adolescencia, asomado en medio de la niebla, los labios mal pintados.