Natalicio Barragán apuró su
copita de caña quemada y salió tambaleante. Ya en la calle, repitió el
cotidiano milagro de atravesar con distraída placidez la avenida recorrida a
esa hora de la noche por autos y colectivos enloquecidos. Y luego, como si caminara
sobre la insegura cubierta de un barco en mar gruesa, bajó hacia la Dársena Sur
por la calle Brandsen. Al llegar a Pedro de Mendoza, las aguas del Riachuelo,
en los lugares en que reflejaba la luz de los barcos, le parecieron teñidas de
sangre. Algo le impulsó a levantar los ojos, hasta que vio por encima de los
mástiles un monstruo rojizo que abarcaba el cielo hasta la desembocadura del
Riachuelo, donde perdía su enorme cola escamada. Se apoyó en la pared de zinc,
cerró los párpados y descansó, agitado. Después de unos momentos de turbia
reflexión, en que sus ideas trataban de abrirse paso en un cerebro lleno de
desperdicios y yuyos, volvió a abrirlos. Y de nuevo, ahora más nítidamente, vio
el dragón cubriendo el firmamento de la madrugada como una furiosa serpiente
que llameaba en un abismo de tinta china…
de Abaddón, el exterminador
Alguna vez, me detuve en el
comienzo de este libro de Ernesto Sábato, porque me había parecido un sugestivo
recurso cinematográfico, la imagen de un borracho que se espantaba al ver un
dragón arrojando fuego por las fauces de sus siete cabezas, en las nocturnas
calles del Riachuelo de Buenos Aires.
Después de muchos años, al
cruzarme con esta fotografía vinculada con el año nuevo chino, volví a releer
estos párrafos, y la imagen ya no estaba, ahora era solo un relato, pero yo
había visto el dragón…
Me pregunto si tendrá que
ver, acaso por lo anacrónico del recurso narrativo, el plano que luego agregué con
interrogantes propios, o si pinté en un lienzo gastado, con menos énfasis, un
amanecer fulgurante, el que Sábato no tuvo necesidad de ilustrar.
Tal vez no estuve lo
suficientemente sobrio.
Anteriormente me había
pasado algo similar con una película, la primera impresión agregó destellos y
fuegos artificiales que la obra no tenía, los héroes se transformaron en
caricaturas, al paso de los años solo quedaron las canciones.
al lugar donde has sido
feliz, no deberías volver nunca, dijo Joaquín Sabina.
Me pregunto si algún día volveré
a leer Corazón, de Edmundo de Amicis, o Ivanhoe, del escritor escocés Walter
Scott -los dos primeros libros de la infancia- porque tuvieron lugar en un tiempo donde las calles estaban cubiertas
de mariposas, en donde había noches que las ranas parecían salpicar tañidos de
luz entre los charcos de agua.
esos días acaso perfectos,
envueltos en una niebla amarilla, el pasto sin cortar.