Los vientos dispersan los colores de las auroras, una sombra busca su amparo bajo la lluvia, apenas atardece mientras trato de enmendar el silencio no trazado, las parrillas oxidadas de antiguos veranos, y las heladeras que ya no funcionan.
detrás, hay rejas pálidas que parecen anudadas, y avispas negras que han vuelto a sus oscuros agujeros adheridos a los techos, como una mancha vertical de la que nada se desprende, cubierta de ramas moradas.
en el fin del mundo, las luces titilan hasta callar, mientras se encienden fuegos en las calles heladas, y uno hasta podría imaginar la lata de arvejas que una mujer vuelca en una ensaladera con tomates cortados al medio, en la ventana luminosa que observo desde lejos, apenas atada en los bordes con una cortina de tela blanca, o acaso algo que se parece a eso.
en la mesa alguien abre una botella de vino, mientras se van
pasando los platos sin conversaciones aparentes, ni reflejos temblorosos de un
televisor, sin mirar en ningún momento, el telón rojo del cielo verde.
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