jueves, 19 de noviembre de 2009

La inmensa obra...


Publicar un libro es en cierto modo cerrar un círculo, algo que alivia y a la vez nos encadena a futuras ornamentaciones, todo lo anterior se edita y lo que queda es un sentimiento de orfandad que solo es posible suplir con la escritura de nuevos poemas y así hasta alcanzar un horizonte sin crepúsculo, algo que no podemos esbozar sin desconsuelo.

Suelo posarme en mi discordia, inpertérrito, absorto, camino como transportado mientras mi mujer me prepara el desayuno, el vértigo de pertenecer a lo irremediable, entonces me pregunto ¿Qué viene después del después?, trazo una abstracción paralela, nuevos poemas surgen intentando sostener lo que invariablemente suele discurrirse, como las ideas, estas irrumpen, alcanzan una cima y luego declinan, es probable que sea posible trazar un derrotero, pero necesitaremos algo más que los toscos lineamientos de la ciencia.

Algunos poemas perduran, buscamos consuelo en los repetidos versos, volvemos a leerlos una tarde de lluvia y entonces nos hacemos la terrible pregunta, imbuida de lo que se supone podremos algún día aportar: un verso, un poema, acaso una imagen para que la inmensa obra colectiva prosiga, llenando cántaros de agua en una fuente muda, donde acaso miles de poetas nadaron desolados las profundas aguas del devenir.

Hablo de la inmensa obra sin prefacio.
Pocas veces encuentro una respuesta.

El tiempo, como las capas de la cebolla, guarda en su núcleo fundamental lo entremezclado, conjunto de abstracciones que nada explican de lo acontecido, los que suelen dogmatizar al respecto portan antorchas herrumbradas por el paso de las fatuas interpretaciones, como variables de una constante que no posee registro del momento de la eclosión, antorchas que no alumbran el misterio de la creación, esto es algo que apenas podemos desbrozar, como saber que nos queda un desierto por delante, y apenas contamos con una alforja con un poco de agua y un pedazo de pan duro.
Si el contexto subjetivo en el que enmarco mis desolaciones no se encuentra imbuido de lo desarraigado probablemente elabore reseñas empobrecidas de mi empobrecida inspiración.
Digo que es preciso dejar la huella, ser videntes.
Después el poeta, compulsivamente escribirá al acecho de su propia sombra, y con suerte, si el desánimo no le enturbia la mirada y el dolor le disimula las heridas, dejará un cuchillo latente con el cual cerciorarnos que estamos vivos.
Para darnos cuenta y no darnos cuenta, que teníamos el corazón en la mano, que alguna gotas de sangre cayeron al suelo.

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