sábado, 13 de agosto de 2011

Los poetas que no


Conozco decenas de poetas que se pueden sentir representados en este texto de Juan Forn, vaya a saberse que fue de sus vidas. Algunos publicaron un único libro, y se dedicaron meses a recorrer librerías dejándolos a cuenta, otros recitaron versos en sótanos y bares, otros hicieron representaciones de sus obras, otros vendieron poemas en los subtes, otros tomaron un micrófono abierto o leyeron en programas de radio parte de sus obras, parte de sus vidas. Otros se contentaron con ser migajas de un cadáver exquisito. Otros estuvieron un día en la Feria del Libro, firmaron algunos ejemplares, y se volvieron a casa.
Otros llegaron más lejos, y hoy escriben artículos en revistas, tienen sus propias editoriales, salen en televisión…

Algunos fueron invencibles en su orgullo, alcanzaron a ver las plumas del pavo real segundos después de perderse en la espesura, bebieron ginebra, recitaron poemas en voz alta, fijaron vértigos, comprendieron la injuria de Rimbaud, cuando sentó a la belleza en sus rodillas encontrándola amarga, pudieron escribir los versos más inconcebibles, pudieron decodificar el sistema binario de la locura, algunos crearon desde lo candente y lo caótico, defenestraron todo lo que “no era poesía”, volvieron por las calles nocturnas, abriendo de par en par las esclusas del entendimiento. O lo que se supone entender el mundo desde un libro de poemas.

Fueron vulnerables, pero no les importó, pudieron ser videntes, y eso hubiera sido todo lo necesario, todo lo imprescindible y profano que pudiera atesorarse, el velo que debieron descorrer para hallarse en un puñado de versos.
Alguna vez, como sentenció César Aira en una entrevista, “quisimos ser Rimbaud y no pudimos”, pero aún así, y más allá de impares circunstancias, extasiados poetas pudieron escribir versos realmente buenos, pudieron deshilar cierto dramatismo, cierta melancólica deidad, azotando la palabra, aullando como lobos, acercándose de tanto en tanto lo suficiente como para no ser considerados unos salvajes.

De algún modo, este texto de Juan Forn avivó la llama de aquellos días, retrotrayéndome a la adolescencia, al mágico día en que por fin había escrito la cantidad suficiente de poemas como para justificar la publicación de un libro, también recordé las recientes palabras de Gelman “A los 30 tuve miedo: ‘Nunca vas a ser poeta’, me dije. Desgraciadamente me equivoqué.”

Muchos poblaron de mendrugos las razones del universo, escribieron autobiográficos anhelos, presuponiendo que el inaudito sueño era posible: vivir de la escritura, vivir de la poesía.

Y como dice el artículo de Forn, “no les quedó más remedio que ser otra cosa, y al final no fueron ni serán en la memoria colectiva más que esa pobre otra cosa, es decir nada”.
Pongo en cuestionamiento esa “nada”, porque en definitiva dejaron “algo” que los completó, si es que todo no fue más que una brizna donde representaron a sus dioses y demonios, con la esperanza de que esos versos, leídos en algún lugar y en algún momento, simbolizaran un contexto, una idea, una empatía.

De alguna manera quise brindar un pequeño y sincero homenaje a todos aquellos que no tuvieron más remedio que ser ellos mismos, cuando en realidad fueron “otros”, tratando de portar una antorcha, porque no podían hacer otra cosa, porque tuvo sentido hacerlo.

1 comentario:

  1. Estimado Pedro, como siempre, es un placer recibir estos comentarios, desde ya agradecido de la intención.
    Un abrazo.

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