Debería juntar cañas con punta afilada, para verter pintura negra en los bordes, y arrojarla a un fondo blanco de tela tensada, como quien cura sus heridas, sabiendo que no existen, que todo es un marco sin puerta donde cruzan los fantasmas.
Entendería -si es que no me engaño- las posibles conexiones entre las junturas semánticas, donde mi cerebro supone un esquema, porque estoy algo confuso entre el hacer y el preámbulo del plano donde hundir mis devaneos.
El cuadro está en otro lado, por más que haya un pasillo amarillo y una cortina rosada ataviada con una hebilla de plástico, el tiempo es del cuarto donde imagino el bosque en el que encontraré las cañas, acaso inclinadas, amparando el bosquejo de una sombra.
Lo único real es el camión de cervezas que ahora se estaciona enfrente
de mi casa, donde se llevan botellas marrones en cajas azules.
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