Abrazar las orillas de los puentes con el silencio de un silencio, ver cuánto duran los nubarrones en el barro, en el momento que una línea de color naranja tensa el crepúsculo como si hubiera un detrás.
en aquel cielo se juntaron los crespones borravinos bajo el tibio resplandor de una osamenta, extendida en sus pliegos celestes, para alcanzar una hilera de cisnes negros cuyas delicadas ramas de bronce titilan en el pardo horizonte.
no pude medir esas huellas de arena, hundidas por el peso de su nostalgia, apenas un escarabajo de oro modificaba la quietud del atardecer, el médano blanquísimo, las mismas preguntas sin resolver.
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