domingo, 11 de abril de 2010

El deleznable almíbar...

Aunque lo intente, este lord noble y relamido, quien levanta su pluma, vehemente, creyendo que puede escribir…No puede, pues ¿quién escribe bien cuando está aburrido?. La mente ociosa solo puede ser trivial. Este fino caballero, quien levanta débilmente su espada contra su inevitable fracaso en infructuosa estocada, es frustrado por lo que su noble cuna provee sin restricciones: perros, perros, más perros y demasiadas habitaciones. Así que la fortuna les sonríe a quienes de la tierra se han apropiado, y desaprueba las trivialidades de mano de un aficionado

                                                                                  De “Orlando” (1995)

En esta escena de la película, el poeta deja al descubierto el deleznable almíbar (en la figura de Orlando) que suele escurrirse de aquellos que “escriben”, mientras hablan en una mesa frutal de lo “excelso” de la poesía broncínea. Escuché alguna vez charlas semejantes, “poemas” en la línea de “espero que mueras mil muertes” y cosas por el estilo. Hasta que alguien –el tiempo tal vez– le arroja la escupida que debería encerrar su ego en un cajón (el que esto escribe recuerda la cinematográfica meada de Rimbaud a un poeta insulsamente romántico). Sin embargo, algunos resisten los embates, y persisten en la reiterativa aventura de la escritura significativa.

Otros se convierten en críticos literarios (feroz el ejemplo en el cuento La Luna roja, de Roberto Arlt), para sentir el placer de destrozar cada obra que llegue a su escritorio, con el fin de dinamitar todos los cerebros que osen convertirse en escritores.

Algunos simplemente no se dan cuenta…


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