lunes, 8 de noviembre de 2010

El cuerpo del poema

Yo era la fuente de la discordancia, la dueña de la disonancia, la niña del áspero contrapunto. Yo me abría y me cerraba en un ritmo animal muy puro…”

Alejandra Pizarnik

Pocas poetisas han hurgado tan profundo en el devenir del poema, buscando tal vez con horror un espacio incólume entre los versos, que permitiera el consuelo de una significación, abrevándose en los pantanos de las continuas desavenencias, mientras las lilas son arrancadas de los horizontes, allí donde la soledad debería tener alas.

Es el cuerpo del poema lo que Alejandra recorrió, extasiada y consciente de lo imposible, extraviándose en aquellos jardines.

Es probable que haya visto lo que estaba debajo, y supo -lo tuvo que saber- que de allí no se vuelve:

Me atengo al poema. El poema me lleva a los confines, lejos de las casas de los vivos ¿y por dónde andaré cuando me vaya y no vuelva?

No muchos escritores comulgan con la idea de extravío en el poema, perdiendo los sentidos por intentar representar (aclárese que no hablo de apresar) un vértigo fijado en el inconsciente, que fluctúa o tal vez que trasunta, entre las desarticulaciones cotidianas y la tensión por querer significar lo que se desteje.

Alejandra ha ido más allá de lo tolerable, pagando un precio muy alto por acercarnos teorías sobre aquello que había ocurrido, que hubo de sobrevolar mientras cruzaba hacia otros planos, intentando escrituras automáticas que calmaran la herida fundamental, la que siempre intuyó y conocía.

El tiempo destejió una hilatura que la poeta ovilló desde los confines. Muchos hilvanaron conjeturas con esos mendrugos, se adentraron como lobos en desiertos desconocidos, y sin temerle al mito se perdieron entre sus flores muertas, y volvieron a empezar.

Lo cierto es que ya había un hilo, y Pizarnik lo conocía. Lo había tensado con su propio desasosiego.

Pero mejor que estas lucubraciones es encontrarla en algunos versos, como estos que siguen, ahora que la noche parece acurrucarse en su apacible desdén. 

Y nadie me comprende. Yo sé que la vida, que el amor, deben cambiar. Esto que dice mi máscara sobre el animal que soy, alude penosamente a una alianza entre las palabras y las sombras. De donde se deriva un estado de terror que niega el orden de los humanos

Alejandra, siempre Alejandra…


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