sábado, 3 de diciembre de 2011

La música invencible


Tengo un amigo que alguna vez hizo música, toca la batería (no sé en que tiempo emplear el verbo, ya que hace mucho que no sacude los parches), si bien en algún momento despuntó el vicio con un bombo legüero, lo suyo ha sido siempre el rock pesado. La primera vez que lo vi tocar me impresionó la transformación en el escenario, de ser lo que es, un filósofo tranquilo que se desenvuelve en un contexto de libros viejos, me encontré con un tipo fuera de sí, pegándole sin asco a todo aquello que pareciera temblar delante suyo, era “otro”, alguien que sacaba algo afuera, entendí que se completaba en ese momento, que también “eso” era el. Ahí no había filosofía, ahí había sudor y un sentido del ritmo y de lo visceral que desconocía. Esto fue hace unos años, una noche con sus estrellas, a metros de la Avenida Corrientes, desde donde no se ve el obelisco.

Generalmente alguien no olvida cuando comparte un recital, calculo que los músicos tampoco, el tema es cuando, por motivos que los exceden, no pueden seguir haciendo lo que hacían, porque todo tiene su tiempo y porque la vida pasa y quizás sea conveniente acompañar las incertidumbres mientras se hacen cargo de otras cosas.
Como dije al principio, mi amigo hace tiempo que no toca, se dedicó a discutir y analizar conceptos, y vive en una librería intentando encontrarse a sí mismo mientras corrige una y cien veces su primera obra de teatro, un interesante relato que intenta acercarse mentalmente a la locura de un combatiente de Malvinas. Cada vez que lo veo me recuerdo de niño inventando historias con papeles que parecían personajes míticos, desenvolviendo mi imaginación en un contexto de soledad creativa. De eso hace años, tal vez milenios…

A veces creo que si vuelve a los tambores terminará haciendo algo parecido a lo que hizo Reynols, si Alan Courtis, instrumentista de esa banda, grabó todo un disco con una guitarra sin cuerdas, mi amigo bien podría hacer lo mismo con los palillos, sin parches ni platillos, haciendo nacer sonidos, desmenuzarlos, reinventarlos, agotarlos, callarlos…un poco como el sentido de aquella carta del vidente que un adolescente Rimbaud escribió hace tiempo sobre la nueva poesía.

La música traspasa culturas sin que haya necesidad de comprender el contexto en el cual surgió el creativo destello, es como encender un fuego, un acto simple que puede generar un estado de comunión en el cual no hagan faltas palabras para comunicar algo, solo basta compartirlo.

Pensé en mis experimentaciones musicales, en su momento tuvo sentido, puntualmente lo abandoné. La vida se me iba en otra cosa. Ahora busco en la palabra alguna naturaleza, alguna abstracción.

Cuando me encuentre con mi amigo me gustaría preguntarle si quiere seguir viviendo aquel sueño, si se trató solamente de hilvanar un pasatiempo circunstancial , en el que era un simple pasajero de su propio viaje, porque tal vez no se haya planteado el esquema de esa encrucijada, y para eso a veces están los amigos, para ofrecer preguntas, para callar respuestas.

Nunca se sabe si todas estas cosas están a la vuelta de una esquina.

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