lunes, 9 de abril de 2012

Después del vendaval


Después del vendaval, se cortó la luz en todo el barrio, lo que pareció un tornado dejó paso a la desolación, decenas de árboles caídos y paredes rotas, letreros que alguna vez estuvieron colgados en el cielo ahora parecían hojalata retorcida por un gigante con manos de viento. Fue entonces, cuando llegó la noche profunda, que volvimos al siglo XIX, encendimos velas, comimos en silencio, nos miramos a los ojos, y nos fuimos a dormir con la penumbra inevitable, cuando el sol no es otra cosa que una línea cobriza en algún lugar imaginario, bien temprano nos fuimos a dormir, dejando que la noche entrara en nosotros, dejando de preocuparnos por lo que no teníamos, la luz, la heladera ya no tan fría, la computadora, toda comunicación.

Ahora que volvió la luz, pienso que en la antigüedad, antes de que se inventara la lámpara eléctrica, las personas se dejaban dormir sin premura, simplemente era el momento en que el día se iba porque la noche llegaba, existía un límite simbólico, imperceptible, quizás diáfano, una traslación lenta, como si lo nocturno abrazara el rocío del crepúsculo invisible, no existía, en verdad, ese modo abrupto de imponer el descanso por el simple hecho de apagar la luz, una luz artificial creada por el hombre para estructurar el tiempo, dando la espalda a los designios de la naturaleza, delimitando los límites del sueño para después calcular cuánto tiempo dormir, cuando despertarse... Calculo que pasaba lo mismo cuando un navegante se guiaba por la ubicación de las estrellas, ahora tenemos un artefacto digital que nos ubica en el mundo a través de un satélite, pero lo llamativo es que dejamos de ver con nuestros sentidos para pasar a ver por intermediación de la tecnología. Calculo que con la memoria pasará algo similar, cada vez será menor la información que el ser humano podrá retener, porque cuenta con dispositivos que le permiten no practicar esa costumbre ancestral de memorizar escrituras, relatos, leyendas...
Se dice que los griegos arcaicos consideraban verdad a todo aquello que no se podía olvidar, hoy todo sería un mito porque es tanto lo que se edita y produce que es imposible abordarlo, procesarlo, analizarlo.

Tal vez haya que recuperar algo de aquel encanto, comer con velas, no mirar tanto la televisión, porque en definitiva algo ocurrió que terminó convirtiéndonos en autómatas, sujetos del tiempo y de las circunstancias que nosotros mismos habilitamos, perdiendo la esencia de las pequeñas cosas, esas que nacieron con el día, tiempo atrás.

Al menos para todo eso me sirvió el apagón después del vendaval.

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