sábado, 21 de abril de 2012

El nombre

 
Este texto de Pedro Mairal removió algunas inquietudes que espero desbrozar con el intento. Por un lado siempre tuve la tentación de darme a conocer, construir un nombre y poblarlo de cifras, de contenido simbólico, de sentido ético. Sé que tarde o temprano eso algún día ocurrirá, no es algo que me preocupe.
Pero por alguna razón preferí el pasamontañas, ser un perfecto anónimo, quizás para que los lectores se acercaran por la simple escritura, y no por el nombre. Provocar interés en el bosquejo de ideas, reflexiones, pensamientos, y no por la información de saber quien soy, que libros escribí, que círculos frecuenté.

Así las cosas, corro el riesgo de quedar atado a una sombra. Me inquieta saber que quienes se acercan lo hacen por el nombre, y no por lo que el autor esté intentando construir en un espacio determinado. Les preguntaría a los escritores como lograron sobrellevar ese condicionamiento. Porque de alguna manera el nombre condiciona lo que viene detrás, se adscribe o se refuta lo que tiene cuerpo, esencia, sentido de pertenencia. Es verdad que la obra no existe por sí misma, primero está el autor, y me pregunto si, a base de participaciones, un autor sin obra no hace igualmente un nombre. Seguir lo que dice alguien que apenas sabemos quien es, defender su seudónimo en un debate, sumarle voces al coro infernal de sus proyecciones fulgurantes.

Si al final del texto no se firmara el nombre, le cabría al lector suponer la autoría, en un ejercicio incierto donde se cifra el contenido estético de una forma de pensamiento, y si los tiestos de esa idea provocan advenimientos futuros en espacios casuales, se tendría que examinar hasta donde un concepto se construye con cimientos anónimos que otros recogieron, dejando vacante la idea de aseverar quien ha proferido los vectores de dicho diagrama.

Pero como se ve, ese es otro problema, y ahora vuelvo a mi invisible discordia.

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