domingo, 15 de abril de 2012

Sobre los poetas malditos


Ahora vivo en una especie
de ático o altillo, tres por tres, casi nada me rodea.
Pocas visitas, cuando vienen
les sirvo mate o en su defecto café, hablan y me distrae
el temblor de la mano entre las piernas, una mancha
en la baldosa; pero lo que de verdad me inquieta
es la decadencia del oficio.

Alejandro Rubio

¿Qué es, hoy por hoy, lo que se entiende por “poeta maldito”?
Encontré un ejemplo en el poeta Alejandro Rubio, tal vez se trate de un estigma azaroso, probablemente reforzado en sus intervenciones críticas en revistas como Inrockuptibles y en comentarios de blogs donde solía entablar feroces discusiones a favor de la poesía. Un modo de confrontar desde el sentido asociado de la ética intelectual, que a su entender, simboliza el único modo de separar las buenas obras de las que no lo son, y para eso se necesita de la sinceridad y el pensamiento crítico.

Surgido de un taller de García Helder y Arturo Carrera, reconoce en aquel legado el haber descubierto "cierta tendencia realista, antiromántica, antibarroca. Una manera de leer la poesía que es muy dura con la verbosidad del poeta".
Rubio ha criticado la construcción enarbolada por algunos poetas “de los 90” con respecto al paso del verso a la prosa, en coincidencia con lo esbozado por Luis Chitarroni, advierte cierta ligereza en dicha inserción.
En “la garchofa Esmeralda” emplea algunos puñales para discutir la poesía argentina contemporánea

El concepto, asociado con los poetas simbolistas del siglo XIX, ha cobrado otra significación. Ya no basta la vida puerca donde se redime el poeta entre el barro y la podredumbre, arrojando sus diatribas desde una literatura asfáltica, buscando el efecto de “un cross en la mandíbula” según profirió Roberto Arlt.
Ahora no hace falta la cinematográfica escena de un Rimbaud orinando en una mesa de poetas, por la poesía misma, que con el gesto buscó tal vez reparar. Yo mismo he visto algunos desconocidos poetas gritar sus versos para callar el griterío de la mesa contigua, en un viejo bar de billares, los he visto entrar en sótanos mal iluminados para recitar sus versos con un vino en la mano, los he visto musitar con lobreguez, haciendo de cuenta que el mundo no existía, mientras leían incomprensiblemente un par de vértigos violáceos. Algunos rieron entre las luces de neón, mientras la noche les perteneció. Fueron jóvenes, fueron insolentemente soberbios, parias sin tierra que amaron en los rincones mientras los versos eran labrados, todo aquello que como un sesgo pobló los ebrios corazones, aquello que de algún modo permaneció incólume, botellas rotas en un jardín.

Tengo reminiscencias de esos relámpagos.
No los he visto envejecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario