Voy por la ruta, todo lo que veo son postes de luz telefónicos y
campos cubiertos de niebla, los gestos son mecánicos, siempre doblo en la misma
esquina en segunda, luego cruzo la vía del tren, giro nuevamente hacia lo despoblado,
me bajo y mientras camino, mi sombra marcha delante devanando lo brumoso, como
si tuviera un halo luminoso de inmóvil blancura, luego saludo como si fuera visible, marco tarjeta, los perros del
día anterior se acurrucan hacia adentro, pronto llegará lo de siempre, el café
en la taza rota, subir la persiana con entusiasmada languidez, encender la
computadora y ver las primeras brisas que despejan el rocío, el pasto lleno de
escarcha, los árboles quietos.
Multipliquemos esto por varios años, y el resultado es
un deteriorado manuscrito de signos ilegibles, donde se escribe sin lapicera
los actos de cada día, en cada una de esas celdas hubo un amanecer al costado
del pavimento, en cada raya vertical unos minutos de soledad acompañado de un
café en la ventana, en cada tachadura el enésimo mensaje inútil.
Es una parte de mi vidita
ilusa, mientras llueve y parece que por una vez, soy el áureo espantajo.
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