sábado, 13 de octubre de 2012

Los literarios destinos


Iba para Pacheco, llegaba antes de lo previsto, me detuvo un bar que era a la vez un almacén, y que seguramente fue una pulpería en sus comienzos, un lugar de estancia y de paso, atravesé unas cortinas de plástico como si estuviera en el lejano oeste, había un pasillo mínimo, blanco y negro, iluminado por la luz del día que se filtraba entre las cintas de colores, solo dos mesas y la barra de mosaico con la heladera debajo, donde el mozo apoyaba los codos, “inmóvil como una cosa”, pero lo que me hizo entrar era la música clásica que se escuchaba con volumen alto, lo demás fue medio cinematográfico, el mozo que se acerca y me dice “si no te gusta la música clásica lo lamento porque no la pienso apagar”, “entré precisamente por que escuché música clásica”, le dije, luego pedí un café, pero después se puso un poco denso, se sentó en mi mesa, escrutándome con la mirada, como sospechando de mi presencia, y ahí nomás empezó a hablar pestes del gobierno, de la presidenta y de todo cuanto fuera terreno político, me estaba tanteando a ver como reaccionaba, y constantemente repetía que “yo acá hago lo que quiero y al que no le gusta que no entre”, pero mirándolo con el libro en la mano que por cierto pensaba leer no le quedó otra que levantarse e irse detrás del mostrador, en eso llegó un paisano que saludó con su boina negra y su chambergo gastado, pidió caña con una seña, entonces me detuve un poco en la geografía del lugar, viejos banderines clavados en la pared, botellas de licor cuyos cristales parecían engrasados a la luz del sol, y algunas herramientas de arado apoyadas en el suelo, al fondo del pasillo me gratificó encontrar muchos cuadros de antiguas fotos familiares, amarillentas y grises, en tonos sepias, dobladas o cuarteadas por el paso del tiempo, era agradable estar ahí, a pesar del vozarrón del viejo, del cual ahora no recuerdo la cara (me pareció que tenía bigote). Todo esto me retrotrajo al cuento favorito de Jorge Luis Borges, “el sur”, esperaba que de un momento a otro apareciera Dahlmann, y luego algún borrachín que le tirase una miga de pan y provocase una pelea, pero a veces la realidad solo resulta el marco de una historia que nunca ocurre, así como un escritor detiene en palabras los acontecimientos mínimos, que apenas conoce, así también quedaron en mi memoria aquellas sombras que nunca más volveré a ver, que extraño fue entender, mientras me estaba yendo, que ciertos destinos ocupan un lugar en la literatura, sin que sus personajes sepan que no son lo que otros han decidido que fueran. 

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