“Así, yo trabajo para volverme un vidente. Y terminemos por
un canto piadoso...”
Arthur Rimbaud
Hace poco busqué en el diccionario los términos que hacen a este
blog, el propósito no deja de ser extraño, en cierta manera encuentro un
paralelo con las decisiones: suelo tomarlas pero al poco tiempo tengo que
tratar de entenderlas. Primero busqué el significado de “espantajo” como si no
lo supiera, y encontré que se trata de una especie de ropaje o estropajo que se
utiliza para espantar a los pájaros en los sembradíos (la frecuente imagen del
espantapájaros), aquello que busca infundir temor. Luego busqué “áureo” y
encontré una idea de resplandeciente, relativo al oro, o áurico, aunque
ensoñadoramente lo entendí como etéreo, volátil y acaso luminoso, buscando
representar aquella sensación de fugacidad de la belleza, irrumpiendo desde lo
imprevisto, y desapareciendo en el acto, como cuando un pavo real se pierde en
la espesura y apenas lo pudimos ver, quedando el escenario imperceptiblemente
modificado en una rama quebrada, y sin embargo segundos antes “había ocurrido”
la poesía.
Anteponer “áureo” a la idea de “espantajo” pretende fulgurar una
instancia acaso única e irrepetible, la mirada de alguien sin pertenencia que
en ese mismo momento esta viendo la creación de la poesía, la contemplación
misma de la belleza, el candente paso del desarreglo de los sentidos a la
palabra, cuyo prolongado silencio guarda la forma y el significado de lo
creado, huelga aclarar que para acercarse al personaje del paraguas endeble hay
que dejar atrás ciertos atavíos, porque la imagen en el fondo busca, desde su
perplejidad ante la lluvia del mundo, espantar al que se acerca, advertirle que
el terreno donde piensa avanzar es como un desierto del cual no se sale
indemne, para finalmente llegar a descubrir en ese camino el poema no nacido,
acaso llegar a verlo, imaginar su invisible plano, sus variables como esquirlas
de una lejana constelación…
Esto tal vez sea así porque la poesía no es sencilla de escribir
ni mucho menos de leer, requiere un ejercicio previo, un acercamiento caótico y
a la vez vulnerable con la palabra y el lenguaje, para que una vez superada la
incertidumbre inicial el lector ocasional descubra en esa imagen a la poesía
misma, alguien que simplemente busca compartir, en esquema de relatos, el gusto
por la poesía revelada, el más allá de la palabra, el vórtice de la creación…
Esta epifanía, a pesar de anhelarlo, el áureo espantajo no logra
imbricarla, y no lo logra porque abruma concebir que una persona, por
intermedio de la escritura, pueda significar la poesía.
En esa derrota y en esa elección radica el sentido de ofrecer
este espacio de la palabra, donde las cosas simplemente ocurren, como en el
poema creado.
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