Hace poco, hurgando en ciertos recovecos
virtuales, encontré en un texto la expresión popular “cosas veredes”
atribuida históricamente al Quijote. Sin embargo, al igual que lo sucedido con
el inmortal “ladran Sancho, señal que cabalgamos”, la frase no figura
citada en el libro de Cervantes, si no que fue anónimamente acuñada en el
Cantar del Mío Cid. Basta revisar el libro que recoge la historia del juglar
Rodrigo Díaz de Vivar, para encontrar en un párrafo estas palabras dirigidas al
rey Alfonso VI: Muchos males han venido por los reyes que se ausentan...
y el monarca que contesta: Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras.
“cosas tenedes” llegó a deformarse
linguisticamente con el paso del tiempo, pasando a entenderse como “cosas
veredes”, que no es otra cosa que un estado de perplejidad ante un hecho
circunstancial en el cual transitan los personajes.
Esto viene a cuento por una vieja sentencia
inmaculadamente agotada por académicos y lingüistas: la gente cada vez lee
menos. Por tal motivo se debe agradecer, sentidamente, a los cartógrafos que
nos orientan con sus ejercicios narrativos.
Aquellos que leyeron con autoridad, y se tomaron el trabajo de quitar
las malezas para que otros puedan hallar algún entendimiento de la Literatura
Universal.
Habría que leer el Quijote entonces, y
evitarnos citar lo que el escritor no ha fulgurado con su pluma.
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