Días calurosos filtran su ventisca entre las cañas
colgadas, irrumpe el verano que viene desde el fondo de algún abrevadero, me
rodean lilas inclinadas entre los canteros, el escozor de una música donde
arden y callan las extraviadas posibilidades de los desiertos. Me pierdo en los
pliegues de mi propia sombra, un brazo estéril en las elevadas dunas, la
serpiente que se desliza, obliterando espejismos, allí junto a los zapatos
llenos de arena, donde soy otro (en realidad un único zapato, vaya a saberse
porqué allí, donde la nada se traza con cierto vértigo).
Es esta la disyuntiva (o tal vez la discordancia), si eso
que contemplo que soy, no es más que una expresión subjetiva de una mera
circunstancia confusa. Aquel que va, como si no estuviera, mientras vive su
tiempo con un aire encantado y ausente, en un no-lugar poblado de soledades
concurridas, acaso una abyecta disociación colectiva, un mero desencuentro.
Ahora entra un aire tibio en la ventana, cierta brisa de
naranjos y limones, es el momento de la tarde en que las moscas son
reemplazadas por los mosquitos, como si el sol no fuera más que un iridiscente
cuenco de bronce apagándose entre los malvones, acaso un ínfimo rayo perdido en
los horizontales mosaicos con sus veteados eléctricos, las cerdas relucientes
del palo amarillo, la bruma visible, el patio sin barrer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario