Acerco un ensayo poético de Alejandra Pizarnik, motivado por el
ejercicio que implica, en ocasiones, el acto de suprimir palabras para imaginar
otras, acaso desconocidas, como si fueran ornamentos poblados de significado.
En esta incursión hacia lo indeterminado, Pizarnik reconoce en su estudio la
necesidad de cuestionar/indagar/refutar “lo poético”, la maravillosa
disrupción del entendimiento en el inalcanzable espacio de la poesía.
Del texto
“Prólogos a la antología consultada de la joven poesía argentina” (1968)
[Alejandra Pizarnik: Prosa completa]
El poeta y su poema
El estudio culmina con la relación del poeta con el lector en el
momento de crear el poema, “nunca he buscado al lector” expresa
Alejandra, y no puedo menos que coincidir...
El poeta y su poema
“Un poema es una pintura dotada
de voz, y una pintura es un poema callado”
Proverbio
oriental
“La poesía es el lugar donde todo sucede. A semejanza del amor,
del humor, del suicidio y de todo acto profundamente subversivo, la poesía se
desentiende de lo que no es su libertad o su verdad. Decir libertad y verdad y
referir estas palabras al mundo en que vivimos o no vivimos es una mentira. No
lo es cuando se las atribuye a la poesía: lugar donde todo es posible.”
(...)
En oposición al sentimiento del exilio, al de una espera perpetua
está el poema –tierra prometida-. Cada día son más breves mis poemas: pequeños
fuegos para quien anduvo perdida en lo extraño. Dentro de unos pocos versos
suelen esperarme los ojos de quien yo sé; las cosas reconciliadas, las
hostiles, las que no se cesa de aportar lo desconocido; y mi sed de siempre, mi
hambre, mi horror. Desde allí la invocación, la evocación, la conjuración.
En cuanto a la inspiración, creo en ella ortodoxamente, lo que no
me impide, sino todo lo contrario, concentrarme mucho tiempo en un solo poema.
Y lo hago de una manera que recuerda, tal vez, el gesto de los artistas
plásticos: adhiero la hoja de papel a un muro y la contemplo; cambio palabras,
suprimo versos. A veces, al suprimir una palabra, imagino otra en su lugar,
pero sin saber aún su nombre. Entonces, a la espera de la deseada, hago en su
vacío un dibujo que la alude. Y este dibujo es como un llamado ritual. (Agrego
que mi afición al silencio me lleva a unir en espíritu la poesía con la pintura;
de allí que donde otros dirían instante privilegiado yo hable de espacio
privilegiado.)
(...)
“Nos vienen previniendo, desde tiempos inmemoriales, que la
poesía es un misterio. No obstante la reconocemos: sabemos dónde está. Creo que
la pregunta ‘¿qué es para usted la poesía?’ merece una u otra de estas dos
respuestas: el silencio o un libro que relate una aventura no poco terrible: la
de alguien que parte a cuestionar el poema, la poesía, lo poético; a abrazar el
cuerpo del poema; a verificar su poder encantatorio, exaltante,
revolucionario, consolador. Algunos ya nos han contado este viaje maravilloso.
En cuanto a mí, por ahora es un estudio”.
El poema y su lector
"Si me preguntan para quién escribo me preguntan por el
destinatario de mis poemas. La pregunta garantiza, tácitamente, la existencia
del personaje.
De modo que somos tres: yo; el poema; el destinatario. Este triángulo en acusativo precisa un pequeño examen.
Cuando termino un poema, no lo he terminado. En verdad lo abandono, y el poema ya no es mío o, más exactamente, el poema existe apenas.
A partir de ese momento, el triángulo ideal depende del destinatario o lector. Únicamente el lector puede terminar el poema inacabado, rescatar sus múltiples sentidos, agregarle otros nuevos. Terminar equivale, aquí, a dar vida nuevamente, a re-crear.
Cuando escribo, jamás evoco a un lector. Tampoco se me ocurre pensar en el destino de lo que estoy escribiendo. Nunca he buscado al lector, ni antes, ni durante, ni después del poema. Es por esto, creo, que he tenido encuentros imprevistos con verdaderos lectores inesperados, los que me dieron la alegría, la emoción, de saberme comprendida en profundidad. A lo que agrego una frase propicia de Gaston Bachelard:
De modo que somos tres: yo; el poema; el destinatario. Este triángulo en acusativo precisa un pequeño examen.
Cuando termino un poema, no lo he terminado. En verdad lo abandono, y el poema ya no es mío o, más exactamente, el poema existe apenas.
A partir de ese momento, el triángulo ideal depende del destinatario o lector. Únicamente el lector puede terminar el poema inacabado, rescatar sus múltiples sentidos, agregarle otros nuevos. Terminar equivale, aquí, a dar vida nuevamente, a re-crear.
Cuando escribo, jamás evoco a un lector. Tampoco se me ocurre pensar en el destino de lo que estoy escribiendo. Nunca he buscado al lector, ni antes, ni durante, ni después del poema. Es por esto, creo, que he tenido encuentros imprevistos con verdaderos lectores inesperados, los que me dieron la alegría, la emoción, de saberme comprendida en profundidad. A lo que agrego una frase propicia de Gaston Bachelard:
"El poeta debe crear su lector y de ninguna manera
expresar ideas comunes".
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