La vi hace
poco, en una sala del Gaumont, recordé aquella frase de Juan L. Ortiz en la que
se apoyó el director Gustavo Fontan para hacer la película, un poema sobre el
principio poético: “Se trata de cierto
sentido brumoso que disuelve el contorno de las cosas para hacer sentir la
unidad viviente”
La película
es intrigante, filmada en blanco y negro, sin diálogos, muestra a un hombre
llegando en bote a un caserío en medio de las aguas entrerrianas, parece volver
al pasado anhelando arriarlo hacia el presente, pronto se van incorporando los
fantasmas. El hombre lleva pescado a la mesa, enciende un fuego, mientras las
personas se sientan en silencio, esperando el plato de comida, conversando de
modo inteligible, mirando en derredor lo que parecen recoger de la memoria. El
sonido cobra un rol fundamental, simboliza el encuentro con los muertos, la
llegada y la convivencia.
Los botes van
aparcando mientras todo lo inasible avanza hacia orillas inextricables
cubiertas de niebla. Entre las paladas de los remos se pueden percibir
opacidades y destellos que parecen inalcanzables, hay un tiempo para callar y
un tiempo para perderse en los recuerdos, conjurados mediante imágenes
(lenguaje sin palabras) que cohesionan la estructura de la película. Da la
impresión que es imposible convivir en ese plano yuxtapuesto por múltiples
expresiones de la “realidad”, pareciera que el protagonista lo sabe y solo se
deja vivir mientras va descubriendo espacios que lo alejan, los fantasmas lo
van dejando luego de haber compartido el día, vuelven a su limbo, a su no-pertenencia,
a su aparente realidad, finalmente el bote, que el espectador cubre de
conjeturas, se aleja avanzando por inercia entre la oscura mansedumbre.
En el film se
percibe un conocimiento profundo, subyacente y exploratorio sobre el rio, que
como dice el director, “entre las islas, forma arroyos y cada uno de ellos
recibe un nombre. Es muy difícil, para los que vamos de "afuera",
reconocerlos; porque mutan, porque se parecen, porque -llevado y dejándose
llevar- uno pierde rápidamente las referencias. Es muy difícil, también, para
los que no somos de ahí, leer el río en su hondura concreta: las profundidades
(ocultas o apenas sugeridas en la mansedumbre aparente del agua), o los cruces
de corrientes en las entradas y salidas de los arroyos, siempre riesgosas, que
exigen una particular dirección del bote, por ejemplo”...
En su blog, bajo el mecanismo de una
bitácora, Fontan escribió el 6 de julio de 2012 lo siguiente:
Ahora sé: el vínculo entre los muertos y los vivos no es de distancia
salvada por el recuerdo. La relación se expresa como tensión entre distancia y
cercanía. Los objetos, las acciones, los olores, la luz, traen al otro, lo
presentizan. Pero esa presencia es a su vez una fuga, un agujero. En esas
tensiones de aparición/desaparición, distancia/cercanía, debemos construir el
vínculo entre los personajes.
Recordar: “Los pasos del que pasea/ se
convierten en lugares. /Mientras se presenta ante/ el laberinto de los años/ se
asoma al pozo de su cuerpo”. (Arnaldo Calveyra, que casualmente estoy leyendo)
Hace poco un amigo me comentó lo
siguiente:
Dos cosas aprendí de Ingmar Bergman, el gran director sueco:
-que el cine no precisa del discurso hablado para transmitir un
mensaje;
-que si una película no contiene ni transmite un mensaje, no
merece ser proyectada.
En Bergman, cada imagen
nos dice algo. Cada imagen nos asombra y nos deslumbra. Cargadas de sentido,
sus imágenes no son efectistas. No fue solo un cineasta sino un filósofo y
también un teólogo que enseñó a buscar eso que algunos llaman “la idea de Dios”
que se supone sea el “primer principio” del universo.
Hoy encontramos algo parecido en el cine de Gustavo Fontan...
En un
momento, previamente a la película filmada en Entre Ríos (cuando solamente
había visto el tráiler y los comentarios) me acordé de algo relacionado cuando
estuve en Uruguay en Laguna negra, me llamó la atención ese estado de tensión
entre vivos y muertos que se advierte en la película, en esa laguna oriental se encuentra un
bote abandonado que perteneció a un lugareño ya fallecido, en aquel lugar las barrosas
aguas llegan a una orilla de piedras y apenas se escuchan, y siempre está
presente la sensación de que alguien está por venir o aparecer. Vivos y
muertos, esperando recoger el sol anaranjado. Tal vez por eso me haya inquietado la película, incluso expresa una noción de entropía, un llamado
que te deja como ausente y a la vez te hace sentir parte, realmente es otro mundo, que no
es posible discernir con claridad.
Hubo una vez
una definición interesante, la formuló un escritor linyera que vivía en las
aguas del Delta, su historia fue recogida por Laura Ramos en un texto:
“Hay que cuidarse de no caer en el agujero negro. La isla te aferra y
sumerge en su interior, los pies se hunden, el piso te chupa como arena
movediza. Es un agua oscura la que te tironea y te fija en el barro. Y el Delta
es opaco, reserva su energía, jamás muestra su fondo”.
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