sábado, 25 de octubre de 2014

El problema del poema


El problema del poema.
Alguna vez concebí tal improperio
Instalar prerrogativas por disquisiciones prosaicas aquellas rígidas estructuras–palabras eliminadas por razones musicales o estéticas, acaso el horadar de lo mancillado,
Origen que antecede toda concepción.

Hurgar en los vericuetos “técnica” que consistía en fugar hacia una ruptura–
Tensar el poema, que es como decir “profanar los esquemas orgánicos de las disyuntivas”
He allí la ecuación, de la que solo se sale por un método de hilación semántica.

Así, alguna vez advertí la invertebrada dicotomía, de un plano apenas frecuentado.
Versos no alcanzados por la vana comprensión ¡ah! los promontorios...

Todo era visible en el poema.
El cielo se podía hacer con algodones pegados sobre un fondo de cartón celeste, la idea de horizonte no representaba ningún imponderable; no poseía alambrados ni cercas mal pintadas.
Lo efímero del poema duró lo que un puente tarda en anudarse, una caída de sol inclinando las violetas, me perdí en ese valle mientras las respuestas estaban en otro lado.

Me acosté en la hierba, anclado en un bote apenas alcanzado por las nubes.
Volví a cuestionarme la construcción.
El problema del poema.

domingo, 19 de octubre de 2014

Proverbio


Cada tanto suelo caminar después del almuerzo, siguiendo el perímetro de un alambrado que separa lo "rural" de lo "urbano", nunca mejor planteada la división, de este lado un complejo industrial, del otro el infinito campo, el pretexto es una excusa para ver algunos árboles y dispersar los pensamientos. Ayer me detuvo la quietud de un jornalero que parecía estar cavilando en el momento de planificar la cosecha, estaba parado delante de una hilera de acelgas, pero algo en el –hubiera sido pintado por Edvard Munch en su época–  motivaba una angustia imposible de dimensionar, fue entonces que imaginé el contexto, situándome en esa realidad y en ese tiempo, porque la soledad de ese hombre era insospechable.

Tratemos de trasladarnos a esa disyuntiva, encorvados bajo el sol en medio de un sendero seco, separando la maleza de las verduras, para de pronto sentir que la felicidad puede no ser posible en ese contexto, los kilómetros de silencio que separan a esa supuesta entidad de un semejante es motivo suficiente para concebir la angustia de la otredad, el no tener a quien recurrir bajo el anhelo de una respuesta, el perpetuo hacer desde un plano invisible que el mundo siempre desconocerá, hasta que le sea dado visitar lo ausente y lo callado. Creo que hay una verdad que soporta cualquier eventual refutación, que nos hace miembros de la raza humana, fue pronunciada por el personaje que encarnó a Christopher McCandless en la película "Into the wild": 

La felicidad solo es real cuando se comparte.

Parece algo simple de comprender, podríamos ver las antiguas pinturas ruprestes que nuestros antepasados fijaron en las cuevas, y por allí entenderíamos que lo creado tiene por destino ser compartido. Pensé en el silencio –ese silencio rodeado de pájaros– y entendí que no alcanzaría para hallar consuelo frente a una duda existencial, ataviada de aparente sosiego espiritual. Acaso una idea por dirimir, desangelada y mínima, como una hebra en medio de una ventisca, de ese hombre balbuceando hubiéramos, que mirará en derredor escarbando hendiduras, resignado y taciturno, y si piensa en algo sabrá que no podrá decirlo, y si resuelve algo nadie estará cerca para darse cuenta.

Probablemente, al final de nuestros días (y hoy es un día especial) nos acompañe una palabra, como proverbio entre los toscos lienzos del camino vencido, mientras recogemos la magra cosecha del día abundante, es entonces que descubro algo, mientras dejo que la vida me viva:

Todo lo que nos queda, es un nombre.

sábado, 11 de octubre de 2014

Desovillar la estructura


Es curioso, con respecto a la crítica literaria, como a veces el carácter reflexivo de los críticos, que pretenden deconstruir la obra que analizan, otorgan al poeta elementos estructurales a ser desovillados desde sus propias escrituras, es lo que me ha ocurrido al leer algunas argumentaciones en torno a la designación del nuevo Premio Nobel de Literatura, el novelista francés Patrick Modiano. Se puede leer en el siguiente texto:

El desgarro primigenio del abandono y la ausencia. Alguien busca a alguien o intenta recuperar sus huellas. Los detalles regresan a la memoria desordenados, como la luz incierta de sus orígenes donde todo se derrumba y vacila. El mismo libro escrito como fragmentos de un work in progress desde diferentes ángulos, bajo el imperativo de las líneas de fuga y las brechas del tiempo; variaciones de “baja intensidad” de conflictos latentes que se camuflan en el ropaje de una cotidianidad a veces demasiado monótona. Una voz inconfundible por su tono cauteloso, metamorfoseada narrador tras narrador, que quiere reponer a las personas con las que se cruzó alguna vez en el camino y que luego se extravían como un expediente policial...

La crítica de esta "prosa hipnótica" instala imágenes desde concepciones oníricas ubicadas en planos apenas iluminados, podemos tomar una frase y tensar las palabras, para que la "idea" se torne estructura, mientras el poema discurre hacia su propio laberinto, nadie podría siquiera suponer el origen de las "líneas de fuga", si lo metamorfoseado es urdido en base a las variables correspondidas, si lo que se extravía es el tono del contexto...

así nace cierta poesía de la que nunca se conocerá su esqueleto.

sábado, 4 de octubre de 2014

Agujero




¿que hay dentro del agujero?
¿la no materia?

¿como es que desde la más profunda disgregación 
pueda albergarse tanta luz y tanto silencio?

así avanzamos a veces en espiral
cuando el poema no es más que un improperio.


Después de leer un artículo sobre un agujero negro...

viernes, 3 de octubre de 2014

El espantajo



Anduve por Mar de Ajó, pensando en esto que hago, ya pasaron 5 años y 5 meses desde que este personaje conceptual, que de algún modo me representa, ofrece divagaciones como quien comparte un vino con extraños, debajo de las estrellas.

Todavía no entiendo porqué lo hago.

Sé (o creo saber) que solo se trata de palabras, pero al irme de la orilla había dejado huellas detrás, mis propios pasos hundidos en la arena.

Es allí donde toda ontología pierde su entidad.