sábado, 28 de marzo de 2015

Lo que muere con su tiempo


Acabo de subir al altillo con la idea de tirar cosas a la calle: textos académicos desactualizados, una computadora vieja con su disco rígido intacto, negativos de fotos familiares, fotocopias de fotocopias, una lámpara de pie, un ventilador chico, y vaya a saberse cuánto más.
En un momento vi una caja y la abrí, estaba llena de cuadernos con manuscritos, copias de poemas, servilletas anotadas, mamotretos, artefactos, escrituras...tiene que ver con mi adolescencia febril de autómata obsecuente, cuando considerarse poeta no era más que un secreto que apenas podía musitarse, tengo recuerdos permanentes de esa época, me bastaban pocas cosas, pero no hacía nada por el futuro, me dejaba vivir en una especie de inercia creativa, no entendía nada de política ni de economía, las cosas simplemente pasaban y a lo sumo, de vez en cuando, el agua caída en la alcantarilla simbolizaba mi quebrantable impavidez y mi aparente desasosiego, porque nunca se sabía que estaba pensando, porque siempre estaba en otro lado, porque de algún modo escuchaba voces y todo lo que sentía que valía la pena era conversar conmigo mismo, escribir textos verticales, mirar la noche callarse.

Yo nunca se nada, y probablemente sea un modo de entender estas líneas, porque el hombre va declinando allí donde el joven recogió sin prisa un puñado de promesas, y nunca pensó que el mañana llegaría con una mentira envuelta en un paquete lacrado.

La mentira de mi propia construcción.
Porque acabo de darme cuenta que lo realizado muere con su tiempo.

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