Un declive de sol en el páramo del atardecer.
Busco entre mis cosas algún bosquejo de los que han mutado en
ovillo, pretendiendo una hilatura que atavía la visibilidad de un sesgo desde
la concordancia de un esquema conceptual. Poemas como quebrantos urdidos en
tiempos breves, es bajo ese aparejo donde me asomo, la ventana que cruje, los
techos de paja desprendidos y los espinos de la periferia.
El viento del este trae briznas de un verano que se aleja, allí
donde nace el día y se oscurecen las casuarinas en el borde quejumbroso del
jardín (un plano inclinado en tono violeta, bordeado de colgajos rosados).
Me elevo por entre las grietas de las cornisas, el agua que nunca
entró en la casa de la infancia, las tejas puestas una encima de otras, con un
clavo atravesando la madera y la quietud absorta de la tarde incandescente, el
musgo descuidado de los años, porque allí no llegan las escobas que huesudas
manos empuñan desde abajo, ni hace falta que el decorado del tiempo las
encuentre pálidas y anaranjadas. Mientras tanto el sonido de un reloj arboreció la singuralidad de lo callado.
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