sábado, 14 de marzo de 2015

Ovillos de poemas


Un declive de sol en el páramo del atardecer.

Busco entre mis cosas algún bosquejo de los que han mutado en ovillo, pretendiendo una hilatura que atavía la visibilidad de un sesgo desde la concordancia de un esquema conceptual. Poemas como quebrantos urdidos en tiempos breves, es bajo ese aparejo donde me asomo, la ventana que cruje, los techos de paja desprendidos y los espinos de la periferia.
El viento del este trae briznas de un verano que se aleja, allí donde nace el día y se oscurecen las casuarinas en el borde quejumbroso del jardín (un plano inclinado en tono violeta, bordeado de colgajos rosados).

Me elevo por entre las grietas de las cornisas, el agua que nunca entró en la casa de la infancia, las tejas puestas una encima de otras, con un clavo atravesando la madera y la quietud absorta de la tarde incandescente, el musgo descuidado de los años, porque allí no llegan las escobas que huesudas manos empuñan desde abajo, ni hace falta que el decorado del tiempo las encuentre pálidas y anaranjadas. Mientras tanto el sonido de un reloj arboreció la singuralidad de lo callado.

Somos como las sombras que se trepan a los tejados, en un momento en el que el sol se parece a una serpiente que repta sobre si misma, hasta ataviar los pormenores de toda penumbra.

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