Un ejercicio de idoneidad, atravesando lo que se urde bajo riesgo
de no admitir la construcción de un simulacro. Haber entendido los intervalos
donde ocurre lo recurrente a la hora de circunscribir un anatema, aboliendo
la preexistencia de una sentencia literaria.
Toscos lienzos manchados de pintura, el cuadro borroso donde
apenas comprendemos la sintaxis, allí donde es cuestionado el sentido de los
márgenes poblados de anotaciones, que otros adelantaron en regias estructuras,
que apenas pudimos reciclar. Saber que el destello lumínico en la ventana es
parte de la ficción que sobrepasa los marcos de las creaciones afiebradas, y
como se ve, no somos más que sombras pretendiendo hilvanar la envoltura de una
idea.
Vaya el respeto a los que desbrozan las madreselvas bosquejando en
el intento una luz demasiado clara, para así tornar conceptuales toda
disquisición y toda simetría.
De este modo, las figuras retóricas se amalgaman en densas
concepciones cuyos raptos habilitan discernimientos ontológicos urdidos en
espiral, acaso el momento en que nace el poema crítico, cuando todo lo que
anhelamos es el trazo urgente en la inmensa hoja blanca.
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