Se que puedo borrar todo esto, empezaría por la desazón del vaso
frío, con el amarillo tembloroso del hielo en el alcohol,
la mesa redonda donde hay algo que ocurre o parecer ocurrir, este simulacro de
encontrarse en medio de un páramo para dirimir razones del poema no nacido, y
acaso se trata de rizomas obsecuentes y múltiples, que tienen alguna relación
con las arborescencias sostenidas débilmente en planos imprecisos ¿pueden ser
imprecisos los planos? He allí la estructura dinámica que no semeja una
estructura, simplemente es un sesgo que avanza a una velocidad inconducente,
donde difícilmente se pueda enhebrar una sentencia. El vaso va terminando y la
noche es lo que otras veces fue, un irse en círculos hacia los páramos
luminosos y las botellas ardientes y las risas estentóreas, el camino arbolado
lejos de las luces que chirrían, pensando en la espera de alguien o en la
mirada eléctrica de una desconocida, eso que sucede cuando los años recién
comienzan y la noche nos pertenece, en ese rapto se van mis horas acaso
nostálgicas, pero vuelvo al cuarto de verano con el vaso de ginebra en la mano,
el ruido de un auto lejano y el televisor encendido, la vida plena que elegí
vivir, sin embargo el rumor del tintineo me detiene en antiguos sopores, y todavía en la vida!
Robar el fuego del poema y ya, avanzar disruptivamente
–inapropiada palabra– donde poder contemplar mesetas ¡quien las comprendiera! Y
luego mirar el camino allanado, una lámpara de estación debajo de la cabeza, el
sol que se oscurece en la última línea rojiza de campo, melancólico intervalo
donde nada sucede.
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