Escuchar una música lejana, como cajita ofreciendo destellos
cristálicos, de los castratos apoyados en columnas de mármol, cantando de fondo
-o musitando- mientras los bardos recitan, algo parecido a la redundancia, o
tal vez los pajes, entremedio de una levedad -el
rictus severo, las orejas puntiagudas- quietos como estatuas,
mientras los pintan con un horizonte de fondo -un horizonte medieval-, bufones
con medias a cuadros, los gorros rojos, sentados en círculo -siempre detrás
una niña trenzándose el pelo- la secuencia que dura lo que un suspiro, sin
doncellas ni arpas bellas -el verde césped, los blancos caballos- solo la
cajita de cristal y el tiempo detenido, cuando los mitos todavía no
existían, cuando todas las verdades podían escucharse.
sábado, 30 de mayo de 2015
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