El poema circunscrito a una verdad, hollado por escarpadas cuestas, las
mismas que en círculos concéntricos dirimieron la longitud de una teología, un
plano transitado entre la hierba tibia, bajo los puentes cubiertos de flores
blancas. Tensar una disociación, es a veces lo que discurre en el poema no
nacido, abrazar lo clarividente cuando apenas hay palabras entre los cántaros
vacíos, el paso firme, la hora quieta, lo desbrozado que irrumpe entre la
vigilia del horadado crepúsculo, porque siempre será necesario salvar la
belleza, profanando los vericuetos de lo ocurrido, la luna llena en el patio de
la infancia, una fruta de hierro para servir en la mesa, y acaso dirimir lo que
no puede ser nombrado.
Voy hacia los páramos, he guardado con palabras esta memoria cubierta de arena, el poema sepultado con hojas de palmera, la leche que bebemos en los campos amarillos, los versos concatenados donde nacen los improperios que acaso justifican la hora yerta, hacia allí avanzo, adherido de escamas, en nombre de algo que no conozco, lo previo a lo que se urde, soslayar el tiempo fatuo donde los desbrozamientos reverberan ideas delante de los versos, es allí el problema de la creación, interpretar interpretaciones, cuando aún el verso quema en la memoria de una sentencia, avanzando hacia la nada, porque solo queda ver, aquello por lo que fuimos condenados.
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