sábado, 15 de agosto de 2015

Poema de Sylvia Plath


Soy plateado y exacto. No tengo preconceptos.
Cuanto veo, lo trago inmediatamente
Tal cual es, sin empañar por amor o desagrado.
No soy cruel, sólo veraz:
Ojo de un pequeño dios, cuadrangular.
Casi todo el tiempo medito en la pared de enfrente.
Es rosada, con lunares. La he mirado tanto tiempo
Que creo que es parte de mi corazón. Pero fluctúa.
Las caras y la oscuridad nos separan una y otra vez.

Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí,
Buscando en mi extensión lo que ella es en realidad.
Luego se vuelve hacia esas mentirosas, las bujías o la luna.
Veo su espalda y la reflejo fielmente.
Me recompensa con lágrimas y agitando las manos.
Soy importante para ella. Que viene y se va.
Todas las mañanas su cara reemplaza la oscuridad.
En mí ella ahogó a una muchachita y en mí una vieja
Se alza hacia ella día tras día, como un pez feroz.

                                                              Espejo, Sylvia Plath

Descubrí tarde a esta poetisa, si es que alcanza el tiempo para descubrir a una escritora, en sus versos encontré pequeñas abreviaturas de silencios endebles, donde todas las cosas parecen desnudas. Impresiona advertir su soledad concurrida, ese mirar la pared hasta ser parte de su corazón, y me aquieta pensar que ese lago en el que la propia Sylvia se transforma y encuentra, no refleja otra cosa que su propia sombra, ahogándose y sentenciándose, muriendo en ella la anciana que nunca fue.

Es una historia triste la de esta mujer, y no cabe atravesar su poema de otro modo que no sea el literario, hacia ese rumbo sobrellevó lo poco que pudo persistir, y es -debería ser- la única vara que mida su poema.

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