soy el
que calla.
el
atribulado
el que entreteje
el soslayo donde cabe una sentencia
la tarde
áurea, la osamenta cubierta de glicinas.
ya no
recuerdo cuando empecé una frase en minúsculas, todo es solemne, como la culpa,
pero las
palabras no pueden poner un candado a los planos que se habitan con sus cielos
a cuestas,
es
demasiado
ancho
el campo
de girasoles
para
entender el sentido de la propia existencia, las estacas que sostienen todas
estas iridiscentes conjeturas, cuyos temblores apenas percibo
demasiado
amarillo
y verde
en la
espesura que voy abriendo
con mi
sombra
de
esqueleto
demasiados
temores al anochecer, del otro lado del bosque, donde los frutos no caen.
soy el
ausente, el que camina medio perdido en su propio día,
el que
se escondió en un estanque
mientras
la alegría pasaba a un costado
sin
nombre
ni
tiempo
como un
árbol
retorcido
entremedio
de una
viña
cubierta de uvas.
pero no,
salgo al ruedo, este es solo un momento en medio del desierto
en el
que quisiera tener la piel azul y la mirada distante, mientras voy a casa
sabiendo que, después de todo, la felicidad es una extraña cosa que quiero
frecuentar.
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