Una
vez, esperé en vano desbrozar una conjetura, sin enmarcar los conceptos bajo el
esquema de un ejercicio lírico, al final de la noche quedaron muchas cosas por
preguntar.
Se
trataba del inicio de un poema, un territorio difuso, con bruma, cercado por el
desaliento.
En ese
territorio imbriqué unos crespones borravinos sostenidos en el crepúsculo, que
parecían no pertenecer al cielo que estaba describiendo, como prolegómeno de
una tempestad.
El
mar detuvo su movimiento, el tiempo dejó de aproximarse.
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