Una vez, esperé en vano que el viento desprenda algo que intentaba conjeturar, no había razones ni ejercicios líricos planteados a medianoche, cuando quedan pocas cosas por preguntar.
Era el inicio de un poema, un esquema en verso libre, un territorio difuso, con bruma y acaso desaliento, bajo la forma de unos crespones borravinos sostenidos en un crepúsculo que parecía no pertenecer al cielo oscuro y violento, como prolegómeno de una tempestad.
En esa irrepetible orilla la luna arrinconó lo único que quedaba precariamente iluminado: el pálido verso del poema que no en la lluvia que tampoco.
El mar detuvo su movimiento, el tiempo dejó de aproximarse.
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