El sol
se muestra en uno de los ángulos superiores del rectángulo, el que está a la
izquierda de quien mira, representando el astro rey una cabeza de hombre de la
que surgen rayos de aguda luz y sinuosas llamaradas, como una rosa de los
vientos indecisa sobre la dirección de los lugares hacia los que quieren
apuntar, y esa cabeza tiene un rostro que llora, crispado en un dolor que no
cesa, lanzando por la boca abierta un grito que no podemos oír, pues ninguna de
estas cosas es real, lo que tenemos ante nosotros es papel y tinta, nada más…
De “El evangelio según Jesucristo”, José Saramago.
Duele saber esto, duele saber que algún día estas cosas llegan, que las trincheras cada vez son menos, que ya no queda donde poner a resguardo el alma, que la palabra, tan elevada en su uso, es apenas una necesidad de decir que estamos un poco más solos, un poco más callados, no importan las comas ni los puntos suspensivos, tampoco importa si dios va en minúscula, importa esto que ya no es, y que sin embargo seguirá siendo, importa que apenas se tolera que ya no es ayer, que mañana es otro día de junio, frío como este, con un poco de sol.
Saramago bogaba por la necesidad de elevar conceptos, inquiría por filosofía, por conciencia social, cometía verdaderos deleites con esto que llamamos el entendimiento humano.
Si bastara reducir su aporte a la literatura tendríamos bastante consuelo, bastante que indagar, pero no, su talla moral, su lucidez reflexiva, su inquebrantable sentido de la ética, hacen insoportable esta ausencia.
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