Nada surge desde lo abúlico, segmentos de
impresiones van tallando un cuerpo acostumbrado a la reiteración, socavando con
el acto creativo la concepción de la anterioridad, de la que el tiempo desprende
sus ubérrimos conceptos. Trazos que necesariamente vuelven a un mismo punto de
partida, por muchísimo tiempo.
Si esos trazos se dispusieran unos sobre
otros, remarcando con la misma intensidad el mismo recorrido, tendríamos al
cabo de unos años la figura pétrea de un animal extinguido antes de nacer. La
inevitable obra sería en realidad una exposición muda de una acción
consecuentemente desesperada, realizada con resignada abnegación para que otros
no cometan el mismo desvarío, completando mecánicamente el idéntico trazo.
Se sabe que en esta intención original no
prima el desfiguramiento del símbolo temporal, sino el hecho de alertar
silenciosamente a sus congéneres para que abandonen la cueva, para que sepan
que el tiempo ha pasado, que allí no hay nada más que hacer.
Nota:
La imagen corresponde a una pintura rupestre realizada por la etnia San, pueblo de cazadores-recolectores que vivieron en todo el sur y el este de África durante miles de años antes de ser desplazados por tribus africanas y colonizadores europeos. El pueblo San sigue viviendo en el desierto de Kalahari de Namibia.
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