Encontrar en apenas unos versos, una luminiscencia anterior a toda percepción, a toda concurrencia de bloques semánticos, aullando por esclarecer lo anochecido. He discutido esto; la evidencia del poema, el lirismo de la melancolía, la quietud de las capas superpuestas, la imbricación de lo acontecido, el arte y la poética, el objeto de la creación, el silencio del silencio, el color de la palabra, el habitar lo deshabitado, lo oculto detrás de la fuga, el círculo y la esfera, la infinita penumbra del detrás, el debajo, lo hondo de toda conjetura...
Pero llega la noche y nos miramos en el
espejo, urdidos por el clamor de la escritura. Deberíamos ser siempre un efugio
poblado de imágenes candentes, próximos a darnos cuenta que lo caótico ha
fluctuado, que lo musitado es apenas una palabra.
He ahí el encuentro tal vez impropio: el poeta y el poema, el lienzo húmedo que espera envolver lo inaudito, como el vientre áureo de una madre, algo que ocurre, tibieza que pierde su crespúsculo. Parte de esto ha sido un poema, solo he recogido pequeños destellos, bosquejos inciertos de alguna certidumbre.
Cuando estas cosas suceden, no hay modos
lógicos de representar cuánto abruma ser otro, cuánto cuesta dejar de ser.