martes, 24 de mayo de 2011

Diálogos con Leucó


HESÍODO. ...Las cosas que tú dices no tienen en sí mismas ese fastidio de lo que acontece todos los días. Tú das nombres a las cosas que las vuelves distintas, inauditas, y sin embargo queridas y familiares como una voz que desde hace mucho tiempo callaba. O como el verse de improviso en un espejo de agua, lo que nos hace decir: “¿Quién es este hombre?”
MNEMOSINE. Mi querido, ¿no te ha sucedido nunca ver una planta, una piedra, un gesto, y experimentar la misma pasión?
HESÍODO. Me ha sucedido.
MNEMOSINE. ¿Y has encontrado el porqué?
HESÍODO. Es sólo un instante, Mélete. ¿Cómo puedo detenerlo?
MNEMOSINE. ¿No te has preguntado por qué un instante, semejante a tantos otros del pasado, te vuelve repentinamente feliz, feliz como un dios? Tú mirabas el olivo, el olivo sobre el sendero que has recorrido cada día durante años; llega el día en que el fastidio te deja y tú acaricias el viejo tronco con la mirada, como si fuera un amigo reencontrado y te dijera justo la única palabra que tu corazón esperaba. Otras veces es la mirada de un transeúnte cualquiera. Otras veces, la lluvia que insiste desde hace días. O el chillido estrepitoso de un pájaro. O una nube que dirías haberla visto antes. Por un instante el tiempo se detiene y sientes la cosa banal en tu corazón, como si el antes y el después no existieran ya. ¿No te has preguntado el porqué?
HESÍODO. Tú misma lo dices. Ese instante ha vuelto la cosa un recuerdo, un modelo.
MNEMOSINE. ¿No puedes imaginarte una existencia sólo hecha de estos instantes?
HESÍODO. Puedo imaginármela, sí.
MNEMOSINE. Entonces sabes cómo vivo.

Cuando Cesare Pavese decidió poner fin a su vida, un libro abierto estaba al lado de su lecho, era “Los diálogos con Leucó”, considerado por el autor como “la cosa menos infeliz que yo haya escrito”. La insatisfacción de Pavese, luego de consumar una obra, era el vacío posterior, la incapacidad de volver a colmarlo o el temor de no poder hacerlo. A ese vacío aludió como uno de los motivos de su suicidio, a los 42 años de edad, cuando se podía afirmar que no estaba completado como artista, que tanto tenía por hacer.

Vayan como remiendos estos simbólicos lamentos, estos crepusculares diálogos.

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