En ocasiones, creemos que detrás de lo hollado
no hay realmente una obra, solo tiestos de un “nosotros” que se desvanecen sin
arrancar lo despojado de la poesía, sin arrancar la cáscara o la hojarasca, la
“nocturnidad” de lo creado, del cual están embebidas las escrituras parciales.
Son poemas que no llegan a completarse, y se
abandonan.
Es criterio del escritor suponer una unidad, y
por ende publicar el libro.
En algunos casos hay una producción dispersa, pero un manto de misticismo recubre al poeta. La noche ha sido su morada, los versos nacen mutilados, acercando una noción de barroquismo y ruptura que tal vez sea representativa de un contexto particular, de una estética que, concurrida por múltiples voces, provoca una empatía colectiva. Esos lectores, que comulgan con escrituras fragmentadas -y comprenden a través de dichas prácticas la instauración de ciertas construcciones- suelen advertir, como en un relámpago, destellos de sus propias limitaciones, pero sin reconocerlo. Cierto es que mucho más válido es el trabajo consecuente con la escritura, la plena lectura y los matemáticos ejercicios mentales, plagados de contrapuntos y candentes periferias. Eso exige un sacrificio, un recorrido que abruma imaginarlo.
Creo que la conectividad arborescente de Internet teje laberintos donde ciertas almas se pierden, diagramando en ocasiones pequeños bloques de ideas, motivadas por grados de pertenencia a discusiones perentorias. Lo paradójico es encontrar significado en una limitación, abordado generalmente desde una periferia, para después analizar conceptualmente dicho sobrevuelo.
Esto me hace acordar a una escena
cinematográfica del Marques de Sade interpretado por Geoffrey Rush, cuando en
la cárcel, el escritor les va recitando a los reclusos fragmentos de su obra,
para que ellos, de boca en boca mediante agujeros en las paredes, hagan llegar
cada palabra a la única mujer que tiene papel y que puede escribir los versos
precariamente memorizados por los presos. De este tipo de construcciones
estamos hablando, y tal vez, por qué no aventurarlo, la obra quede mejorada.
Traslado estas divagaciones a ciertas tertulias literarias, donde el almíbar es derramado “poéticamente” en escenarios solitariamente concurridos, para así generar los más extraños “cadáveres exquisitos”, en el cual melancólicos corazones tal vez aprecien semidormidos sus entelequias, sin analizar las aliteraciones ni los vértigos comunes, pero suponiendo que, propio del contexto donde fueron creados, algo puedan representar esos versos, algo puedan esconder esas coordenadas, como un ciego guiando a los ciegos…
En este juego de interpretaciones, el arte ciertamente sucede. Algunos lo pueden ver, y otros simplemente forman parte.
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