Corregir sobre lo corregido. Muchos poetas pueden dar fe de esta disyuntiva. Hay poemas que se guardan en un cajón por años, y luego se intenta ver algo que va más allá de la comprensión.
No existe el ente platónico en el que las llamas de la creación fraguan sus entelequias disolutas, en detrimento de las palabras que estallan, allí donde los posibles horizontes son fulgurados, mientras el poeta se abreva en torno a una idea, pretendiendo con el acto un único cielo, una única meseta. Esta situación, que a la vez sitúa al poeta en los márgenes de su propia disociación -interviniendo con la palabra para alcanzar una evidencia-, no deja de representar una candente tarea.
Sabemos que existe el tono en el poema, el asunto es qué hacer con el tono cuando el tiempo del silencio ha sido demasiado extenso ¿se lo imbrica? ¿se lo licua? ¿se lo reformula? ¿se lo prolonga? Cabe señalar que el poeta, antes del planteo, tiene en claro (o cree tener en claro) que busca completar una unidad que a su vez justifique la publicación de un libro.
Siguiendo el caso, es probable, aún con la corrección, o quizás a causa de ella, que la esencia del poema, en tanto unidad, permanezca, que tal vez el esbozo de ideas actuales, bajo el barniz de sucesivas construcciones poéticas, puedan convivir sin conflicto con el plano instaurado del poema nacido como manuscrito, el poema que espera ser arrojado a los lobos, el poema que ya es y sin embargo no.
Cuántas veces habrá ocurrido, una escisión no advertida por el lector, un proseguir cuya tinta apenas ha variado en intensidad, en coloratura, en musicalidad (pienso en el destierro del Dante, aquella fracción de tiempo en que tuvo que abandonar momentáneamente la escritura de la Comedia, para luego retomarla desde otro contexto).
Tal vez debamos reconocer que todo poema nunca termina, que las palabras no son suficientes, que los círculos no alcanzan para imbricar una esfera, que apenas puede el poeta apresar levemente un puñado de versos que lo justifiquen.
Pienso si será posible conceptualizar los límites de la materia, la idea que concibe un acto creativo cuando, en su ejercicio irresoluto, trata de indefinir el estado de tensión y de sentido, los necesarios puntos suspensivos que el lector nunca podrá ver.
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