A veces pienso en las construcciones que
suponen una fragmentación. Inherencias de una obra que oculta tiestos del
poeta, algo que es y que sin embargo se encuentra disperso. Pasan los años y el
poema, en el atardecer de su propio día, espera ser revisado nocturnamente,
para hallar su sentido, su tono, su forma.
Hay quienes el desaliento los lleva a olvidar, porque han corregido compulsivamente, y lo escrito en el papel no los han representado. Enormes poetas han pasado por ese trance, algunos no han sido contemporáneos de su suerte, la posteridad les reservó un lugar que tuvo el sentido de una reparación, pero no lo supieron. Brindaron sosiego con cada palabra, con cada verso, sin embargo, fueron poemas que los propios poetas no se animaron a publicar.
“El poema se abandona, no se termina”, afirmaba un tal Paul Valery, quizás los pormenores de su "Cementerio marino" reserven un buen lugar para la discusión casera. Si esos versos llegaron al público lector, se debió al interés del editor de Gallimard, quien finalmente logró que el poema "abandonado" pudiera imprimirse y darse a conocer. Vaya a saberse si hubo resignación en el poeta francés, si terminó aceptando la inmortalidad de lo creado, el extraño destino de toda escritura.
Esta disyuntiva ha sucedido con grandes
escritores: Kafka, Mallarmé, Pessoa…
Probablemente se trate de correcciones obsesivas, donde el poeta no ha logrado discernir la parábola del abandono, hecho que muchos poetas han aceptado sin angustia. Si el poema ocurre, como bien dice Rodolfo Alonso, así tal vez deba abandonarse a su suerte, como quien pretende cerrar un círculo con delicado hilo, buscando, en la aparente calma, finalizar lo creado.
Tal vez Giuseppe Ungaretti (representante del
hermetismo según algunos críticos) haya ofrecido una respuesta simple y certera,
justamente él, que ha escrito variaciones de un puñado de poemas, exponiendo de
algún modo las construcciones paralelas que intentaron evidenciar, en
diferentes planos, las tachaduras y los silencios que no fueron desestimados.
La respuesta es acaso su poema más breve, constituido
por un solo verso:
M’illumino d’immenso
(Me ilumino de inmensidad)
Cuántos hubieran extendido el verso, para después corregir sobre lo corregido, para finalmente abandonar lo escrito en un cajón.
El poema que no precisa más palabras, solo las necesarias, para significar la luminosa interioridad de quien ha fraguado las sombras de todas las probables variaciones, donde se esconden las serenas exclamaciones, nacidas vaya a saberse bajo qué circunstancias.
En este sentido, el caso de Pessoa es
llamativo; se armó una “industria” para corroborar la cronología de sus textos
(incluyendo estudios paleográficos realizados sobre sus manuscritos), mientras
la vida gris de Pessoa, el melancólico Pessoa, se dejaba ir entre la lobreguez
y el desasosiego.
En un rincón de su plena existencia quedaba desechada una obra indeleble, resignificada en el tiempo a través de críticas literarias y estudios biográficos.
Pienso cuánto de laboratorio encierran algunos blogs de poesía, en especial aquellos poetas que han utilizado la variable de exponer su vida familiar con fotografías, opiniones o anécdotas, mientras una obra dispersa va justificando su tránsito terrenal. Se tratan de relatos que tienen sentido en el contexto de una bitácora. A veces es posible encontrar escrituras, y de tanto en tanto, algún poema.
A veces se trata, simplemente, de la hoja en blanco.
ohhh
ResponderEliminar¡a cuántos nos diremos lo mismo! (parafraseando)