Hay quienes
pueden reconocer, con cierto júbilo solitario, un atisbo de belleza en un poema
recitado, como si se tratara de un pequeño fulgor, un éxtasis en medio de lo
cotidiano, extraña felicidad de una ceremonia tardía.
Esto suele
ocurrir en presentaciones de libros, cuando el poeta recurre a la oralidad, y
con tono propio logra desandar un camino en el que los oyentes simplemente se
dejan llevar, ingresando juntos a una caverna, o cruzando un puente,
desconociendo que vendrá después. También suele pasar en los rincones sórdidos
de ciertas tertulias literarias, donde aún es frecuente el rito de los cadáveres
exquisitos, allí suele haber fugaces pasillos de espejos deformes que podrían
representar el almíbar derramado de un oscuro barroquismo, clamando por ser
oídas sus endechas, apreciadas sus entelequias, analizadas sus aliteraciones.
Pero es en los bares, en encuentro de poetas, donde uno espera en silencio la
comunión de la palabra, y a veces lo que viene del otro lado hunde un puñal
efímero en el lector-oyente, cuando el poema pasa de la escritura a ser
re-significado en la voz del poeta, dejándolo ir, dejando que se transforme en
otra cosa.
Suelo pensar
en esto cada vez que escucho un poema recitado por el autor, sin tener
conocimiento previo de la escritura.
En un evento
literario, con vasos de vino en las mesas pintadas de verde, perdido en las
volutas de humo y los gestos teatrales, todo poeta que tome un micrófono, si lo
que ofrece es algo infrecuente y genuino, escuchará unos murmullos callados de
aprobación, pero aún así sería inevitable desbrozar la pregunta fatídica: ¿Cómo
analizar un poema oral? ¿Se puede captar el entramado de lo creado mientras
alguien lee en un pequeño círculo?
Recuerdo una
noche perdida en el tiempo, en un centro cultural porteño, cuando algunas
mujeres, poetas ellas, teatralizaron sus textos como medusas quietas y volátiles,
mientras afuera hacía frío y al terminar los parroquianos se iban para comer un locro con
empanadas y cervezas.
Yo aquella
vez me tomé el colectivo a casa, intenté recoger alguna frase, alguna
evocación, vino a mi mente el instante en que una de las escritoras hizo una
figura en el suelo mientras recitaba con su libro sostenido en una mano,
parecía querer decirnos que el fuego del poema se estaba desvaneciendo, provocó
aplausos mientras apurábamos el resto de una botella blanca, más tarde, mirando pasar las veloces calles nocturnas desde una fría ventanilla, no me pude
acordar de aquel poema, me acordé del vestido de la mujer danzando en el suelo,
me acordé de la mano que parecía oscilar mientras recitaba, eso era el poema.
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