El poeta
pensó que era un genio.
En algún
momento creyó ver la arquitectura invisible de una construcción, y se extravió
en los pormenores del poema, lo escrito lo engulló hacia un adentro que lo supo
destinado a comprender todo esquema narrativo, la materia candente del cual
estaba imbricada toda creación, porque intuyó (esto no podemos saberlo) que
dichos algoritmos solo podían ser entendidos por pocas almas, y que el mundo
ajeno, si no concebía apreciación alguna, estaba equivocado, limitando su
juzgamiento al mínimo consuelo de percibir una suerte de musicalidad estética
en el extraño poemario.
Puertas
adentro, aquel niño-anciano era una leyenda, se cuidaba de no dejar marcas
sobre los lugares que frecuentaba, porque asumía que algún día alguien diría “el
estuvo aquí” y prefería entonces callar y proseguir, que a lo sumo se
recordase la imagen de un caminante lleno de sombras, un andariego solitario,
una figura siempre lejana, lidiando con el viento en el crepúsculo de su propio
día. Un ausente de toda posible asociación, un balbuceo de una noche sin luna.
De ese hombre queda poco, algún que otro poema breve, alguna
frase feliz, y una pretendida agudeza para opinar sobre asuntos que nunca
llegaría a verbalizar en público.
Naderías…
Se trata, o
se trató, al pasar de los años,
de naderías.
Pretendido
barroquismo de quien no torna complejas las estructuras de su incompleto
mecanismo.
A veces
ocurre que las personas, llegando al ocaso de sus vidas, nunca terminan de
comprender si, como dice Juan Forn en un artículo, dejaron de vivir su época
para empezar a vivir en su mundo, eso algunos lo descubren tarde, otros simplemente
no lo saben, o no les importa saber, si estando en alguna parte vivieron en
realidad en su propio mundo, su propia caverna, su propia deidad, y entonces
quedaron colgados del contexto que los demás construían acaso sin darse cuenta.
Algunos fueron consecuentes con las circunstancias que sus acciones
favorecieron, dejaron sin pretensiones el esbozo de una obra, nocturnos versos
escritos con nerviosa caligrafía, anotaciones marginales, correcciones
temblorosas, silencios recogidos de una mañana fría con un sol entibiando los
cristales, la ocasional chimenea de sus días primeros y el humeante café, un
cobertizo y un perchero, también una silla de mimbre.
Como se
sabe, el mundo, testigo involuntario, nunca tiene la culpa. A lo sumo, el sol
de aquella infancia, arrojó sus pájaros tardíos a un campo poblado de flores
incompletas, cerrando un círculo sin componentes ni planos, como una esfera
vacía de conceptos.
De algún
modo, aquellos poetas (agreguemos el plural), conservaron los manuscritos sin
animarse a prenderlos fuego, tal vez porque esos poemas ocultaban verdades que
algún día deberían desentrañar, tal vez porque las primeras palabras siempre
son verdaderas, a pesar de su precariedad.
Yo una vez
quemé la edición de un libro, precisamente el primero, recuerdo las
circunstancias, había un balde de plástico, mi vida por entonces era un
desasosiego sin parábola, había logrado escribir algo que parecía
representarme, cierta idea de adolescencia frustrada y melancólica, “no
quisiera que alguien lea esto dentro de algún tiempo” pensé, en realidad no
recuerdo haber pensado esas palabras, como tampoco tuve necesidad de planificar
que debía quedar o no de la obra, sentí que ciertos destinos debían cumplirse,
y que si algún día alguien preguntase por aquella decisión, tener por argumento
que es mejor recordar de ese modo aquellos poemas, dejarlos detenidos en aquel
limbo, con aquellas cenizas. Después todo pasó como en una brevedad de siglos,
el fuego y el humo del poema llenando la casa, una parte de la casa manchada de
negro, de hollín y de soledad.
Años después
escribí que mi primer libro estaba destinado a la música, yo era el cantante,
había una pianista y una concepción barroca del alma, el tiempo me llevó a
publicar un presuntuoso libro sobre el espíritu adolescente, en la portada
había un niño parado en un rincón, esperando al padre, o a la madre, quien
sabe…
Vaya a
saberse también, si aquel poeta se creyó un genio, y no hizo otra cosa que
vivir en su mundo, y dejar de vivir en su época.
Si...
tal vez así fue.
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