El poeta se alimenta
de materias fungibles y quebradizas.
Hasta hoy no se sabe de donde viene la niebla que manipula…
Milton de Lima Sousa
Pienso en aquellas
almas que viven sus vidas como poetas pero apartados de los circuitos
literarios, de las salas luminosas, de las voces concurridas.
Algo de todo eso le
pasó a Milton de Lima Sousa, “el poeta más desconocido del Brasil” según
lo refiere Rodolfo Alonso en su libro de ensayos poéticos “La voz sin amo”.
Allí el escritor brasileño, interrogado en una carta, contesta lo siguiente:
"No
entiendes por qué mi poesía no es valorizada en Brasil. Te explico. En primer
lugar, como sabes, vivo enteramente apartado de los llamados medios literarios,
organismo fantasma que generalmente crea las reputaciones en el país. No
frecuento a los cronistas literarios ni conozco a las personas que circulan
como críticos. Soy, por temperamento, más inclinado a convivir con el silencio
y la soledad. Me repugnan las gimnasias de plaza pública. Impregnado de zen, no
quiero nada más que crear mi poesía. Y aun eso es difícil, pues estoy obligado
a salir de casa para ganarme el pan. Admiro a los grandes enclaustrados,
comenzando por Emily Dickinson, quien, no habiendo dicho nada, dijo todo sobre
la vida del poeta y de la poesía. Su lección es inagotable."
Cuántos poetas
arrastrarán para si estas disquisiciones, libros bajo la forma de fotocopias
que esperan ser descubiertos, poemas que se van olvidando en la niebla del
tiempo.
Alguna vez, aquel
poeta se encontró golpeando la puerta de una editorial, o tuvo la osadía de
enviar sus fragmentos a un crítico literario. Este, a su vez, rodeado de
montañas de manuscritos, le aseguró que en algunos meses podrá leer el poemario
y brindarle una respuesta. Si queda, si resulta, es probable que el poeta deba
costear una parte de la publicación, esto a veces incluye algún paréntesis
seguido de innumerables puntos suspensivos….
Si no hay acuerdo,
el poema vuelve a manos del poeta, quien sale a la calle con el manojo de
papeles y la desesperación intacta.
Hay una mirada
recurrentemente urbana en todo esto, la del poeta polvoriento que sale de una
imprenta con los originales en la mano, no hay película que pueda retratar esta
escena, donde pueda verse la mirada del poeta que lo tiene todo y a la vez no
tiene nada, luego este mismo escritor va a una plaza de artesanos, acomoda los
libros en el pasto, y deja un cartel que dice “poesía alternativa” sin saber
bien que significa eso, ocasionalmente recitará sus versos en bares de mala
muerte, soportando el lejano ladrido del amanecer. A su tiempo abrirá un blog y
esperará ansioso los nocturnos comentarios.
El poeta que apoya
siempre el mismo rostro en la ventana fría de un colectivo. El poeta de los
zapatos viejos. El poeta que balbucea en un café literario. El poeta que se
vuelve una mala película de su propia escritura. El poeta que busca una crítica
bajo la luna roja. El poeta que cuelga los poemas en un hilo. El poeta que
vuelve del trabajo que nada tiene que ver con la poesía. El poeta de la familia
que no sabe que es poeta. El poeta que se paró en la mesa. El poeta que bebió
ginebra toda la noche. El poeta que escribe poesías…
En el medio de todo eso, hay
alguien que se aparta, luego algo, el origen de algo, deja de saberse, o como
dice Milton de Lima Sousa, al poeta “Una legión de seudos (seudos del
no-ser)
Le hiere el plumaje, pero nadie sabe dónde el pájaro nidifica”.