sábado, 27 de octubre de 2012

Dentro del sistema


Es mediodía, y hay nubes en el cielo azul, una larga que parece un velero fantasma, otra en forma de arbusto o arbolillo y una más allá, que pareciera tener dedos tratando de alcanzar un cuchillo, estoy mirando el centro porteño desde lo alto de un edificio, veo a un hombre que mira el río, quieto como una cosa, veo a otro de saco y corbata con su celular, parece preocupado, enfrente hay ventanas con personas detrás de computadoras, todos hacen algo, todos tienen algo que hacer, ajenos al día que se va nublando y a los colectivos que parecieran ir sobre rieles, cumpliendo su mecánica rutina.
Una mujer espera en una esquina, mira hacia el río sin poder verlo, un enorme edificio se lo impide, el enorme edificio tiene los ventanales oscuros pero se ven luces prendidas, luces de oficina, el río se debe ver bien desde ahí, pero no se ve, todos divagan por túneles virtuales buscando respuestas del sistema, todos tienen un tiempo para cumplir con sus tareas, todos limpian u ordenan los quehaceres básicos de la subsistencia, todos cumplen con el rito mecánico dentro de una arquitectura vertebrada, todos son poleas de la gran máquina, muñones de carne, cables articulados hacia múltiples usinas, todos parecen supeditados a algo que los excede, todos parecen reír como marionetas, y no se sabe quien los pulsa, quien los anima...
No se sabe quien es el prestidigitador, no se sabe el plano ajeno -seguramente diseñado por una conciencia más elevada- ni siquiera se sabe quien activa la señal para que las cosas nos modifiquen.

Estamos en un arenero, haciendo complejos castillos de arena, vaya a saberse quien construyó este círculo, y cómo entramos en el, si alguna vez pensamos en las variables de las extrañas simetrías, en la que fuimos –somos- simples proyecciones regresando de donde nunca salimos.

Todos apagan el sistema sin desconectar el último interruptor.
Como finalmente sucede cada día, todos vuelven a casa.

viernes, 19 de octubre de 2012

Significaciones


Así, yo trabajo para volverme un vidente. Y terminemos por un canto piadoso...”
Arthur Rimbaud

Hace poco busqué en el diccionario los términos que hacen a este blog, el propósito no deja de ser extraño, en cierta manera encuentro un paralelo con las decisiones: suelo tomarlas pero al poco tiempo tengo que tratar de entenderlas. Primero busqué el significado de “espantajo” como si no lo supiera, y encontré que se trata de una especie de ropaje o estropajo que se utiliza para espantar a los pájaros en los sembradíos (la frecuente imagen del espantapájaros), aquello que busca infundir temor. Luego busqué “áureo” y encontré una idea de resplandeciente, relativo al oro, o áurico, aunque ensoñadoramente lo entendí como etéreo, volátil y acaso luminoso, buscando representar aquella sensación de fugacidad de la belleza, irrumpiendo desde lo imprevisto, y desapareciendo en el acto, como cuando un pavo real se pierde en la espesura y apenas lo pudimos ver, quedando el escenario imperceptiblemente modificado en una rama quebrada, y sin embargo segundos antes “había ocurrido” la poesía.

Anteponer “áureo” a la idea de “espantajo” pretende fulgurar una instancia acaso única e irrepetible, la mirada de alguien sin pertenencia que en ese mismo momento esta viendo la creación de la poesía, la contemplación misma de la belleza, el candente paso del desarreglo de los sentidos a la palabra, cuyo prolongado silencio guarda la forma y el significado de lo creado, huelga aclarar que para acercarse al personaje del paraguas endeble hay que dejar atrás ciertos atavíos, porque la imagen en el fondo busca, desde su perplejidad ante la lluvia del mundo, espantar al que se acerca, advertirle que el terreno donde piensa avanzar es como un desierto del cual no se sale indemne, para finalmente llegar a descubrir en ese camino el poema no nacido, acaso llegar a verlo, imaginar su invisible plano, sus variables como esquirlas de una lejana constelación…
Esto tal vez sea así porque la poesía no es sencilla de escribir ni mucho menos de leer, requiere un ejercicio previo, un acercamiento caótico y a la vez vulnerable con la palabra y el lenguaje, para que una vez superada la incertidumbre inicial el lector ocasional descubra en esa imagen a la poesía misma, alguien que simplemente busca compartir, en esquema de relatos, el gusto por la poesía revelada, el más allá de la palabra, el vórtice de la creación…

Esta epifanía, a pesar de anhelarlo, el áureo espantajo no logra imbricarla, y no lo logra porque abruma concebir que una persona, por intermedio de la escritura, pueda significar la poesía.
En esa derrota y en esa elección radica el sentido de ofrecer este espacio de la palabra, donde las cosas simplemente ocurren, como en el poema creado.

Por lo pronto, horadar todo desvarío, me recuerda la futilidad de intentar comprender la obra de un vidente, no me apresuro en la idea, estoy aprendiendo a ver, y a oír. Lo demás es una lluvia que siempre me recuerda el paso del tiempo.

sábado, 13 de octubre de 2012

Los literarios destinos


Iba para Pacheco, llegaba antes de lo previsto, me detuvo un bar que era a la vez un almacén, y que seguramente fue una pulpería en sus comienzos, un lugar de estancia y de paso, atravesé unas cortinas de plástico como si estuviera en el lejano oeste, había un pasillo mínimo, blanco y negro, iluminado por la luz del día que se filtraba entre las cintas de colores, solo dos mesas y la barra de mosaico con la heladera debajo, donde el mozo apoyaba los codos, “inmóvil como una cosa”, pero lo que me hizo entrar era la música clásica que se escuchaba con volumen alto, lo demás fue medio cinematográfico, el mozo que se acerca y me dice “si no te gusta la música clásica lo lamento porque no la pienso apagar”, “entré precisamente por que escuché música clásica”, le dije, luego pedí un café, pero después se puso un poco denso, se sentó en mi mesa, escrutándome con la mirada, como sospechando de mi presencia, y ahí nomás empezó a hablar pestes del gobierno, de la presidenta y de todo cuanto fuera terreno político, me estaba tanteando a ver como reaccionaba, y constantemente repetía que “yo acá hago lo que quiero y al que no le gusta que no entre”, pero mirándolo con el libro en la mano que por cierto pensaba leer no le quedó otra que levantarse e irse detrás del mostrador, en eso llegó un paisano que saludó con su boina negra y su chambergo gastado, pidió caña con una seña, entonces me detuve un poco en la geografía del lugar, viejos banderines clavados en la pared, botellas de licor cuyos cristales parecían engrasados a la luz del sol, y algunas herramientas de arado apoyadas en el suelo, al fondo del pasillo me gratificó encontrar muchos cuadros de antiguas fotos familiares, amarillentas y grises, en tonos sepias, dobladas o cuarteadas por el paso del tiempo, era agradable estar ahí, a pesar del vozarrón del viejo, del cual ahora no recuerdo la cara (me pareció que tenía bigote). Todo esto me retrotrajo al cuento favorito de Jorge Luis Borges, “el sur”, esperaba que de un momento a otro apareciera Dahlmann, y luego algún borrachín que le tirase una miga de pan y provocase una pelea, pero a veces la realidad solo resulta el marco de una historia que nunca ocurre, así como un escritor detiene en palabras los acontecimientos mínimos, que apenas conoce, así también quedaron en mi memoria aquellas sombras que nunca más volveré a ver, que extraño fue entender, mientras me estaba yendo, que ciertos destinos ocupan un lugar en la literatura, sin que sus personajes sepan que no son lo que otros han decidido que fueran. 

jueves, 11 de octubre de 2012

Bolsas


Este poema de Ricardo Zelarayán es de aquellos que te dejan ataviado a una especie de limbo mientras lo vas leyendo, y resulta ser que ese indeterminado trance tiene carnadura con un pasado aletargado, que pareciera reciente, y acaso lo es.
El poeta hace trizas la noción del tiempo, atraviesa la escoria y llega a un momento parecido al olvido, leí este relato en la edición cartonera de Eloísa (Nueva Narrativa Sudaca Border), un día de septiembre de este año...

Linternas grandes, sordas, lo encandilan mientras le abren los párpados a la fuerza. La luz se le mete hasta los huesos. El porteñito tirita en medio de la oscuridad total. Le dan un violento empujón y le ordenan correr. No hay nada mejor que correr para entrar en calor. Y el encandilado desembolsado corre como un conejo blanco por el maizal en tinieblas. Suenan tres disparos secos. Basta con el balazo tuerto que pega justo.
El perro enorme y negro, de ojos chispeantes, sale de abajo de la cama de fierro de la Viuda Negra. No hay bala que lo alcance. Le gusta la carne dulce y la sangre tibia de las yeguas.
El candado muerde como colmillo. Cerrojos no son costuras. La aguja pica como avispa, silenciosamente. Las bocas fofas de las bolsas se presentan para que las costureen, después de meternos cada cual en la suya, de embolsarnos, bah, al porteñito y a mí. Después nos tiran con violencia al piso del coche que arranca volando.
Ahora los sentados atrás nos patean y pisotean a discreción. Por lo menos una gruesa suela se apoya en la cabeza de cada cual. Hay que ponerse en el lugar de ellos: es incómodo viajar con dos embolsados tirados en el piso.
Gorgojo que apenas gorjea, ya me voy olvidando del tiempo que pasa mientras babeo la arpillera. Siento la cabeza de huevo del porteño embolsado junto a la mía y trato de decirle algo a cabezazos. Inútil. No entiende, apenas se mueve. Encima trata de alejar su cabecita de la mía. Pienso qué tendré que ver con él, ¿Por qué se me habrá arrimado para hablar de cualquier cosa al mostrador del fondín? ¿Por qué se me pegó luego hasta la puerta? Trato de estirar mis piernas largas. Una patadita en los huevos y ya está, quietito otra vez. Hay que pagar derecho de piso. Seguimos a prueba. ¡Ay! Siento que me arde el lomo... Me han tirado un cigarrillo encendido. Enseguida me lo apagan con un fuerte pisotón.
Y así va la cosa. Por las voces, hedores, sudores, ellos son cuatro: los dos de adelante y los dos pateadores de atrás. Hablan de a ratos, de mujeres, de fútbol, de la madre, de motores. A veces mascullan algo entre dientes.
Yo ya empiezo a acostumbrarme a los pisotones y a las pataditas acompasadas, y más ahora que andamos a los barquinazos. Se ve que nos hemos salido de la ruta y que vamos por un camino áspero y cimarrón. Me duermo sin darme cuenta no sé cuánto tiempo. Me despierta el parlante gangoso de algún pueblo. Palito, Sandro, Gardel, ¡qué sé yo! El coche se detiene momentos después. Bajan de a uno, me parece. Un aire cálido se filtra a través de la arpillera, un olor arenoso, pedregoso. Vuelven a subir, volvemos a andar. Al rato huele a monte. ¿Andaremos por el norte de Santa Fe? Unas horas más la lluvia aclara todo o no aclara nada, pero evidentemente llueve. No puedo menos que mearme encima mientras trato de atajar los soretes que pugnan por salir. Recibo entonces primero una patada fuerte por meón, después otra más fuerte por cagón y, pocas leguas más allá, otra por vomitón.
Dos o tres horas después, barquinazo va, patada viene, termino por dormirme pesadamente. Sueño entonces que mis grandes orejas vomitan todas las palabras que escuché en la vida, interminablemente. Un fuerte pisotón en la muñeca me desvela. Se oye otra vez un parlante lejano, pero ahora reconozco: "La mujer es como el camoatí / cuando llueve no sale a pasear...". ¿Noche de domingo, domingo de discos viejos, pues? De pronto me levantan de golpe, cabeza abajo, abren la puerta y sin más me arrojan afuera a velocidad, con una última patada en el culo.
Un sopor interminable de muñeco roto embolsado, tirado en una zanja, saboreando agua estancada entre latas y vidrios. Al rato siento que un palo me tantea para ver si ladro. Tirar en una zanja una perra o un perro viejo y sarnoso tiene perdón de Dios. Entonces me esfuerzo, pero el aliento apenas me alcanza para un quejidito. Siento que tengo cerca un caballo que ahora resopla, después un paisano que carraspea. Forcejeo y alcanzo a decir en cristiano. "Cosa de borrachos", habrá pensado el criollo. Y se decide. Ya oigo el facón que corta la costura mojada y ¡afuera! El solazo me enceguece y doy a los tumbos los primeros pasos.
"¿De ande sale el mozo? ¿Quién le ha mandado casarse tan pronto? Ha principiado mal." A duras penas la lengua se me empieza a soltar. El paisano sigue: "Y a más, había sido flojo p'al trago... Vamos arrímese a tomar unos amargos... Y después unas achuras... ¿Ah?"
¿Y el porteño?, digo yo como perdido. ¿Y el porteñito alfeñique?
Yo pude contar el cuento. El del porteñito me lo contaron un año después. Primero supe de la muerte de una vieja bruja, la Viuda Negra, que no alcancé a conocer.
Luego oí decir que a unas veinte leguas al noroeste, otro paisano a caballo se sorprendió al ver en un maizal un islote de plantas el doble más altas que las demás. Pasa otra vez por el lugar y se interna unos cien metros a pie. "¿No se habrá venido a morir aquí, de muerte natural, aquel perrazo negro que atacaba a las yeguas y aguantaba las balas, aura que esa bruja de la Viuda Negra ya es finadita?". Lo piensa y lo cuenta. Después, a pico y pala, aparece el porteño, casi puro hueso, atravesado por las raíces. Tiene un agujero de bordes ennegrecidos en su cráneo de huevo.
Yo vivo ahora en el caserío de don Lucas, el paisano que me desembolsó, el que me puso el "Turquito". Me siento nuevo, nuevito en la flor de la edad. Ya tengo caballo, facón y guitarra y estoy esperando que pase la Flor que ayer me sonrió.
Sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared de la estafeta de Correos, echo un párrafo cansino con Mateo, el pintor que está subido en la punta de una escalera. La siesta llega temprano con la resolana. Ya me estoy durmiendo...
A la hora o más me despierto sobresaltado. Tengo los párpados pegados.
¡Caramba! Me han pintado entero de blanco mientras dormía, lo mismo que el frente de la estafeta. "Todo lo que no se mueve se pinta", me explica después el Mateo.

sábado, 6 de octubre de 2012

Arma de instrucción masiva


En ocasiones las construcciones filosóficas se realizan a partir de fragmentos, sin tener una noción de cómo se originaron los asentamientos de los conceptos, ni tener dominio del significado de las palabras ni de la coyuntura del esquema planteado donde poder sustentar una teoría, en este planteo se suele agregar un manejo híbrido de las terminologías, que producen ambigüedad conceptual y ausencia de univocidad, imaginemos a partir de allí enhebrar argumentaciones de oídas para posteriormente refutarlas sin escándalo, y todo sin un hilo conductor que pueda trazar origen, desarrollo, pensamiento y conclusiones, sin contar en el medio el atravesamiento de planos e ideas que puedan entrelazar alguna teoría distinta de la que comúnmente se discute sin conocimiento real del problema que se intenta dilucidar.

A veces creo encontrar respuestas sencillas, una de ellas tal vez sea la ausencia de prácticas de lectura de libros, por lo general nos empantanamos con noticias de diarios, artículos de opinión, versiones de versiones y citas de autores que probablemente citaron sin estudiar el texto, entonces estamos listos para descifrar lo que parece comprendido, creyendo aportar conocimiento. Paralelamente algunos medios de comunicación construyen sentido desde las portadas con títulos exclamativos y desarrollos del cuerpo de las noticias en modo potencial, lo cual establece confusiones en el lector al pretender discernir con lecturas propias una realidad tergiversada.

Para esto se valen de referentes que pasan a ser voceros de un relato, condicionados estos por factores económicos y políticos, pero que cuentan con puntuales aplaudidores que sostendrán el espacio adscribiendo a verdades relativas y parciales.

Relatores de un relato, cumplido para construir sentido, para que hagamos de cuenta que estamos informados. Se trata de un circo, todos al final del día cumplen su función. Todos se retiran a sus rutinas convencidos que así funciona el mundo.

Hay un loco suelto por Buenos Aires, generalmente anda por la capital federal, tiene un viejo Ford Falcon que convirtió en tanque de guerra pero lleno de estantes abiertos con libros, lo bautizó “arma de instrucción masiva”, cuando lo llaman para ir a un colegio, les dice a todos los presentes que los libros están para ser retirados (de a uno por persona) en forma gratuita, pero les pide a cambio que también donen libros a quienes no pueden comprarlos, que es preferible  “liberar” un libro en un sitio público que atesorarlo sin darle utilidad.

Habría que imitarlo, pararíamos un poco esta estupidez.