He aquí un poco de quietud luego de ocurrida una tempestad.
En este lugar (una autopista que llega hasta Ezeiza) una vez al
año se inunda al costado del camino, el pasto deja de verse por unos días, se forma una laguna, un
estanque de agua quieta, entonces sale el sol y se desata la poesía.
Los árboles se duplican, el plácido reflejo del espejo de agua,
impide saber donde terminan y donde empiezan aquellas ramas, donde continúan
aquellos troncos.
Me hace acordar a ciertas pinturas rupestres prehispánicas,
cuyos grabados representan la inmortalidad, un camino o puente hacia otro mundo,
una suerte de dualidad natural, de complementariedad eterna.
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