“Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra /
traspasado por un rayo de sol / y de pronto atardece”.
Quasimodo
El crepúsculo de toda existencia, los tonos ocres y bermejos de
un día en la vida, el café que tomamos en silencio mirando los autos repetidos,
cuando siempre fuimos los conductores de esa única autopista, la tarde que
pasamos por última vez la puerta de salida de nuestro trabajo, la película en
blanco y negro que nunca vimos, y sin embargo éramos los protagonistas, el
libro de historia que volvimos a leer fuera de la escuela, el árbol de casa que
creció mientras estábamos dormidos, sin que nos diéramos cuenta del televisor
encendido y los juguetes tirados en el suelo, es cierto que al final del día
recogemos lo balbuceado, las cotidianas acciones que dicen algo de lo que
somos, pero que no dan cuenta de todo lo que representamos, recién entonces, en
ese umbral de quietudes vanas, sabemos que de algún modo perdimos otra
oportunidad de sumar valores, cuando no sabemos bien que es el valor, de que
modo se mide, como se lo desarticula para descifrarlo por dentro, y todo eso
supone ser conscientes del paso del tiempo, lo que hacemos y aceptamos hacer,
lo que ofrecemos porque alguien nos lo pide.
Cada día hago una mayor autocrítica de las discontinuidades y
rupturas en las que suelo formar parte, sin entender del todo porqué algunas
cosas me afectan.
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