domingo, 18 de noviembre de 2012

Ir hacia atrás


“El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita: “Venda no”.

”Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?

— Pelotón, firme. Apunten.

La voz del reo estalla metálica, vibrante:

— ¡Viva la anarquía!
— ¡Fuego!

”Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.

”Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.

”Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:

— Está prohibido reírse.
— Está prohibido concurrir con zapatos de baile”.


Esto lo escribió Roberto Arlt, siendo uno de los testigos del fusilamiento de Severino Di Giovanni, ocurrido el 1° de febrero de 1931. De este modo, el escritor argentino narró los últimos momentos de vida del anarquista italiano.

Estar allí, donde ocurren las cosas, más allá de las adscripciones simbólicas que hagamos de los hechos y los sujetos, los hay quienes, como en el texto planteado, viven instancias irrepetibles, y tienen la virtud de narrar lo que acaso vieron. Se podrá discutir si la narración corresponde a la realidad, o si el autor agregó líneas épicas o piadosas según lo interpretado, lo innegable es el cruce de caminos entre la literatura y la historia para dar cuenta de un hecho crucial.

Hace poco Florencia Abbate mencionó sobre “la verdad” de la ficción histórica, preguntándose entre otras cosas si es más importante el valor literario o el histórico, la incidencia de las novelas históricas en la constitución de la identidad de los pueblos y la indagación de cómo moldea la literatura nuestra percepción de la historia.

En la Grecia antigua, los rapsodas fijaron para la inmortalidad el carácter colectivo de las gestas históricas, siempre conoceremos la cólera de Aquiles tal  como ha sido fijada para la escritura, en lugar de otras versiones que el paso de los años y las circunstancias se encargaron de sepultar en el olvido.

La autora destaca un hecho particular, los libros de historia han abordado de manera exhaustiva lo ocurrido en la Revolución de Mayo, sin embargo muchos lectores recordarán siempre a Castelli tal como Andrés Rivera lo presentó en su novela: “el sufrido luchador que murió por un cáncer de lengua habiendo sido justamente el orador de la revolución”.

Mirar para atrás es inquietante ¿Qué nos lleva, de la mano de la literatura, a recoger tiestos del pasado para ofrecer una pintura según el entendimiento de nuestro presente?

Ir para atrás en el poema creado tal vez provoque nuevas lecturas y consecuentes reescrituras. Partir, ya desde una meseta, o desde un promontorio, a revisar huellas que otros pisaron, a indagar sobre lo imbricado. ¿Quién agregará una comprensión original del poema histórico? En estos casos tal vez resulte conveniente desconocer los ensayos previos, ir hacia la obra sin intermediarios, de ser posible en la propia lengua, luminosa tarea que requiere tiempo y de un meditado estudio.

El tiempo que es exiguo, perdido en planicies escuetas, en ecos de voces deshiladas, en estantes herrumbrados bajo la quieta espera, al final del pasillo apenas iluminado de una biblioteca, donde todo esta por nacer.

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