sábado, 9 de febrero de 2013

Artistas en la calle...



El sol quema. El avión va a baja altura
y proyecta una sombra en forma de gran cruz que anda veloz
                                   sobre la tierra.
Un hombre está en el campo cavando.
Llega la sombra.
Durante milésimas de segundo está en medio de la cruz.
He visto cruces que cuelgan en frescas bóvedas de iglesia.
A veces parecen vistas instantáneas
de algo que se mueve rápidamente

De “En lo libre”, Tomas Tranströmer

Alguna vez plantee el tema de la dureza de la calle, aquellos que duermen bajo las estrellas, cubiertos de mantas, oscuros y resecos, desconectados de todo sistema, guardando en un carrito lo poco que tienen, locos y desolados, algunos son artistas, pintan, escriben, hacen esculturas con cartones, alambres, piedras y plásticos, viven, se dejan vivir, divagan bajo la más absoluta de las indiferencias colectivas.

El otro día iba en un colectivo por la zona de Liniers, al costado de la General Paz se detuvo el transporte y entonces pude ver debajo de un puente a 5 personas que habían pasado la noche juntos, estaban con frazadas y un colchón en el pasto, conversaban, compartían un pan duro, tomaban mate, de pronto reían, no parecía que estuvieran en ese contexto donde nada se posee y donde todo resulta una aventura con finales abiertos, probablemente ese tipo de conversaciones resulten mucho más interesantes que las que puedan sostener un grupo de economistas mientras esperan por su almuerzo en un bar. Uno de esos rostros tenía la mirada vidriosa y cansada, la vista sin fondo se perdía debajo de los neumáticos y los caños de escape, como si una noción de acostumbramiento se instalara en algún sistema de pensamiento, como si quisieran entender aquello por lo cual resultan constantemente desplazados del gran círculo, pero sin embargo algo en sus ojos sonreía. Me pregunté cuántas capas habría que traspasar para entender esa risa, cuánta vulnerabilidad cubierta de soledad, cuánto sol de asfalto hirviente, cuánta noche dura, cuánta lluvia fría en la espalda. Todo aquello forma parte de una olla, nadie quiere destapar eso, la gran mayoría sabe lo mal que huele, solo queda una indiferencia que va formando una costra recubierta de callosas grietas, algo que degrada socialmente. El valor deja de ser valor, en ese escenario los conceptos se desplazan, y los nombres se pierden sin una memoria detrás.

No sé que hacer con esa culpa.

Me quedé pensando en la noción de felicidad que experimentan los artistas que viven en situación de calle, hay algo allí que atraviesa la carne y la conciencia, fulgores que llenan vacíos, el otro día leí un texto de LauraRamos sobre “el escritor linyera”, contaba una vida compleja de un tipo que escribe en el Delta, y que al parecer escribe bien, pero la dureza del contexto lo terminó cansando, no por nada afirmaba que “la isla te aferra y sumerge en su interior, los pies se hunden, el piso te chupa como arena movediza. Es un agua oscura la que te tironea y te fija en el barro. Y el Delta es opaco, reserva su energía, jamás muestra su fondo”, el tipo se llama Osvaldo Baigorria y sueña con irse al mar o a la montaña, vivió un tiempo de escrituras de tesis para estudiantes italianos de Literatura Latinoamericana, cada tanto su casa se inunda y se aferra a lo que no tiene esperando que baje la crecida. Vive una vida de pantano, un absoluto que se recrea desde el más inhóspito anonimato, cuando la escritura todo lo transforma y nada lo cambia.

Hace un tiempo leí algo de un escritor boliviano, Víctor HugoViscarra, conocido como el “Bukowski boliviano”, la narración es autobiográfica, se titula “borracho estaba, pero me acuerdo”, parecen aguafuertes que retratan crudamente la marginación paceña y cochabambina, se trata de una serie de relatos a medio camino de la crónica, las memorias y el cuento corto, escrituras con voces quechuas, aymaras, campesinas y lúmpenes de un hombre en caída libre, que vivió su propio infierno sin hogar, y que murió de una cirrosis en 2006. Viscarra encarna una representación de la dureza de la calle, los prostíbulos, el vino barato, las cantinas marginales, como si fuera un observador hundido en su propia podredumbre, escribiendo desde el barro, resignando su naturaleza y sus ilusiones. Según palabras propias su trabajo fue “contraliterario”, conoció el lenguaje de los carcelarios bolivianos, habitó los laberintos de los barrios más humildes y dejó unos  relatos que corrieron de boca en boca entre los lectores. Se puede decir que la literatura no lo salvó, fue un testigo trashumante bajo una luna que fue su manto y su cobija.

Queda por último la imagen del comienzo, es un tanto simbólica, atraviesa cada una de estas historias, la pintó un artista de la calle, supe de el por un amigo en común, nunca lo conocí personalmente, cuando descubrí sus pinturas le pedí autorización para publicarla en el blog, solo pidió como condición que no mencione su nombre, este verdadero artista dormía en una pequeña plazoleta sobre la avenida Independencia, a metros de la 9 de Julio, todas sus pertenencias entraba en un carrito de supermercado. Soy de creer que tipos así salvan algo que no sabemos que es, le dan un sentido a lo que apenas comprendemos, como cuando nos detenemos en una imagen que estábamos destinados a contemplar, simplemente porque el colectivo se detuvo en ese instante, y entonces no pudimos entender humanamente el sentido del devenir, el porqué de ciertas cosas, como esa sombra de avión del poema de Tranströmer, proyectando probablemente una cifra, una memoria sin tiempo, o tal vez un nombre…

Vaya a saberse.

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