sábado, 23 de febrero de 2013

Desarmar el poema...

En “porqué escribo tan buenos poemas” (La garchofa esmeralda, 2010) Alejandro Rubio da cuenta de la necesidad de desarmar el poema por parte de algunos críticos, y pone como ejemplo un taller literario de Graciela Perosio:
“…Pero Graciela siempre los descifraba: intercambiaba el final y el principio, aislaba las frases en campos semánticos, agrupaba los vocablos por sus matices significativos y acústicos en diferentes conjuntos, los jerarquizaba y al rato ofrecía su conclusión, el supuesto mensaje del poema, lo que nos demostraba que tenía un sentido. Así aprendí que las palabras en poesía tienen una sintaxis distinta a la aparente…”

Me interesa cuando los poetas hacen un trabajo con las palabras, en ese sentido Rubio comenta que García Helder, reconocido crítico literario, le había enseñado que la poesía es demasiado exigente para permitir cualquier servilismo a la basura biográfica o psicológica, así pareciera que la mejor tarea no es solamente arrojar la vasija del poema contra el suelo, luego hay que recoger los pedazos y broquelar un entendimiento, un sentido poblado de esquirlas, mostrando lo aparente de la materia propia.

Los críticos suelen tensar esos bosquejos con las palabras, desarman lo que ven, e insertan sesgos donde solo hay destellos, haciendo nacer una nueva criatura. Hay allí una deformación del artefacto-poema, un esqueleto invisible marcado por observaciones, y la tarea subsiguiente de recoger un bollo de papel mojado para intentar seguir escribiendo con un poco más de cuidado.

Dejo a continuación un poema largo de Alejandro Rubio, sé que un tipo como el haría trizas lo que hago, y seguramente tendría razón, el poema se titula Birmania.

Una línea blanca que divide.
Una sola línea que marca el límite
entre el cansancio y la vitalidad.
La cruzás. Y ella te cruza.
Te cruza la nariz y la cabeza.
Y te la divide en dos.
Y una línea más en cuatro.
Y otra más en ocho. Dieciséis.
Treinta y dos. Los pedazos se van cayendo.
Y vos duro
como si nada.
Consejo Publicitario Argentino.
Acción privada para el Bien Público.
Una línea entre las seis de la tarde de ayer
y el momento ideal que se acaricia en la masturbación
repetida de la mente que se bate en una coctelera
en días iguales en una casa con terraza.
Una línea entre Maradó
y el marsupial que como loco agita la camiseta
en el balcón, entre geranios y margaritas, restos
de una antología argentina del siglo veinte que no vendió
ni cien ejemplares. Una línea de espuma,
una línea de ceniza entre los que van a comprar CDs a Tower
y el adicto sin remedio a los programas de bailanta con mensaje humanista.
Manoteaste el atado vacío y bajaste a pedirle uno a tu hermano odontólogo.
Tu hermano te dice que no tiene, que está ahorrando para comprar el torno.
En el pasillo te cruzás con tu padre, que ante el fracaso de la patria socialista
dejó que sus hijos elaboraran sus propias estrategias
de salvación personal en el mundo globalizado: uno
se fue a dar clases de tango a Parí, otro abandonó una etapa adolescente
de alcohol y rock pesado para sumirse en la fantasía del profesional con ingresos superiores
a los cuatro mil dólares mensuales, otra se casó y se la pasa haciendo cursos, otro
vaciló entre el budismo y el lumpenaje autoconciente para estancarse en una dolce vita
acechada por las moscas, pesada como melaza.
Con el diario en la mano, ese hombre moralista y complejo
con un sobretono de emoción en la voz te pide
que leas una noticia internacional. Arriba otra vez
con el pliego hecho un tubo te golpeás el muslo, practicás movimientos de lengua
del último molar superior derecho al último molar
superior izquierdo al último molar inferior derecho al último
molar inferior izquierdo y vuelta a empezar con el papel
rozando los pelos, con los pelos erizados
por segundos y luego relajados, la tinta sobre el blanco y la fotografía
del asíatico que fuma un grueso cigarrillo sin filtro.
Johnny y Luther Htoo, gemelos de doce años,
pertenecientes a la etnia karen de Myanmar, ex Birmania,
líderes de una organización guerrillera de doscientos integrantes
quienes los consideran invulnerables a las balas y las minas explosivas.
Yo nunca lloré, dice Luther. ¿Por que un hombre debe llorar?
Tiene razón. En diciembre pasado posó con su hermano para un fotógrafo europeo
para que un hipócrita escriba que "poco parece tener de esa edad
en que la inocencia prevalece". En realidad es una breve columna
adosada a una nota principal que da cuenta
de la toma de un hospital tailandés y su espectacular recuperación
por tropas de élite de las fuerzas de seguridad. Una línea entre un grupo armado ilegal
y el general Martín Balza. Una línea entre el bebé protagonista que duerme con los mejores pañales
y la aldea minoritaria donde se cometió una matanza no considerada por la ONU. Una línea
entre un puente de madera entre montañas y el puente Nicolás Avellaneda
visto al anochecer desde un helicóptero de la Federal. Mirás
con la mano haciendo visera el sol, pero no se puede ver el sol,
captás la impresión de sol en el cielo casi sin nubes. No sabés en qué día
estamos, es una suerte que sepas en qué mes estamos,
en qué estación, en que año. A propósito de nada tratás de visualizar un panorama general
de tu vida: guardapolvos y césped mojado,
un rincón, la cara de una chica, la cara de otra chica, imágenes que por lo borrosas
deben provenir de un libro, fragmentos de la letra de una canción,
imágenes más claras que deben provenir de una película. No te dan ganas
de profundizar más. Ahora tratás
de visualizar un panorama de la vida
de la familia nuclear, considerada como instancia englobante: comidas sustanciosas,
vacaciones, una serie de trabajos indiferentes, una incomodidad general
dentro de una matriz común. Ahora tratás de visualizar la vida del barrio
considerada como instancia englobante
de la anterior: un tizne decente
cubriendo al grupo de chicos que se sientan a la noche sobre el muro bajo
a fumar marihuana. Ahora tratás de visualizar la vida de la ciudad
considerada como instancia englobante de la anterior: miles de chicos
sentándose a la noche en un muro bajo
a fumar marihuana. Ahora tratás de visualizar la vida del país
considerada como instancia englobante de la anterior: bultos, pliegues efímeros
formados por el viento en la superficie de la bandera, a la vera del río,
muchos, muchos años antes. Y el terror que une a todos
en un círculo en torno al fuego, implorando a las estrellas: el tedio, sus ojos verdes
en la cara de papa, sentado a la cabecera de la cama, inclinado, hablándole al oído
al enfermo que abre la boca
y no alcanza a decir ni ay. Pero desde ya te digo
que la prohibición es un residuo del pasado
que el decurso económico no tardará en enterrar:
¿a vos te parece que el mundo occidental y cristiano
va a dejar en manos de unos mugrosos latinos y orientales
que ni siquiera tienen el buen gusto de comprar sus propios sistemas judiciales
el manejo de cientos de miles de millones de dólares anuales?
Mientras tanto
la paciencia del castor y la malicia del zorro
para pasar indemne esta época de barbarie
disfrazada de verdadera atmósfera moral, cabeza fría
y corazón más frío aún para soportar los golpes
de la represión
putrefacta
licuefacta
cada vez más fuertes
cada vez más
fuertes
hasta que el impulso se agote y la paz
vuelva a enseñorearse de los campos de amapola
redescubiertos como legítima riqueza nacional
y social. Una línea
entre los intelectuales seráficos que confían
en que una columna en Le Monde va a apartar a la clase media mundial
de la CNN y la MTV y la va a lanzar a una ética solidaria
para beneficio de las multitudes de pobres
por quienes sienten miedo y asco
y la mujer del pueblo con su bolsa de papas
camino a la casa de la patrona, que piensa en la vaga satisfacción sexual
obtenida por primera vez la noche anterior
en brazos del torpe marido.
Una línea entre los hábitos predatorios de la fiera
en su verde selva y los hábitos predatorios
del peruano en la villa del Bajo Flores: un tiro en la pierna como aviso,
un tiro en la cabeza como sanción . Una línea entre
la materia sin logos y el logos sin materia, una línea entre
la filosofía de Platón
y el prólogo de Oscar del Barco a una recopilación de cartas
de Antonín Artaud titulada
"Textos Revolucionarios". Sesenta y cuatro.
Ciento veinte y ocho. Trescientos
cincuenta y seis. Setecientos
doce. Blando,
blando en el fondo del mar
que es una pecera que es un páramo
que es una ristra de chinchulines dejados pudrir a plena luz,
blando como brazos agitándose por debajo de la línea
de flotación, como pulpa
amarronada, como la lengua
que sabe la pulpa y no la siente, blando como la consistencia
de los chalecitos suizos vistos desde una altura
precisa, blando, blandos,
blandísimos. Asociación
de Ex Empleados de Empresas Estatales.
Acción pública
para el Bien
Privado.

2 comentarios:

  1. Realmente impresionante el poema, te hace pedazos. Me hace acordar un poco a la poesía de Cortázar en su estructura. Gracias.

    ResponderEliminar
  2. Podés coincidir o no con su literatura, pero lo que piensa no te deja indiferente, y para muestra basta con leer "la literatura argentina es el mal" que aparece incluído en la "garchofa esmeralda", escribe muy bien.
    Saludos.

    ResponderEliminar