“Estimo altamente estas dos pequeñas palabras: ‘no sé’.
Pequeñas, pero dotadas de alas para el vuelo. Nos agrandan la vida hasta una
dimensión que no cabe en nosotros mismos y hasta el tamaño en el que está
suspendida nuestra tierra diminuta –dijo la poeta en el discurso de
aceptación del Nobel–. Si Isaac Newton no hubiera dicho ‘no sé’, las
manzanas en su jardín podrían seguir cayendo como granizo, y él, en el mejor de
los casos, solamente se inclinaría para recogerlas y comérselas (...). También
el poeta, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente ‘no sé’.
Con cada verso intenta responder, pero en el momento en que pone el punto
final, le asaltan las dudas y empieza a advertir que su respuesta es temporal y
en ningún caso satisfactoria.” Wislawa Szymborska tenía los pies sobre la Tierra.
En ese memorable discurso en el que daba cuenta de las dificultades y
humillaciones que padecen los poetas, recordó también a quienes pelean día a
día por sobrevivir. “La mayoría de los habitantes de esta tierra trabaja
porque necesita conseguir los medios de subsistencia, trabaja porque no le
queda otra. No fueron ellos quienes por pasión escogieron su trabajo, son las
circunstancias de la vida las que escogen por ellos. El trabajo mal querido, el
trabajo que aburre, es respetado únicamente porque no resulta accesible para
todos, y esta situación constituye una de las más penosas desgracias humanas.
No se vislumbra que los siglos venideros traigan un cambio feliz al respecto.”
Quedé pensando en todo esto, como si una penumbra iridiscente
reflejara en pequeños charcos los rostros de aquellos que nunca tendrán un
nombre, allí se podían ver las herramientas del obrero al final de la jornada,
al portero que baldea las veredas del amanecer, al cartonero buscando papel, el
que vende pulseras en la calle, el mozo del bar, el profesor de literatura que
maneja un taxi, el que junta botellas de plástico entre las vías de los trenes,
el verdulero de la esquina, el empleado de 8 a 5, el colectivero empezando la
primera vuelta, la mujer que cose, el que afila los cuchillos arriba de una
bicicleta, el que vende flores el día de los enamorados, el actor que trabaja
de albañil, el que carga nafta de noche, el repositor de las latas de tomate,
la que cuida ancianos en el geriátrico, el que apila cueros en la curtiembre,
el que revisa la basura al atardecer...
Una vez, Ortega y Gasset consideró a la vocación como una misión
en la vida de cada persona.
Es difícil detenerse en esa idea. Los años pasan y en muchos
casos las realizaciones personales quedan relegadas, teniendo por consuelo
perpetuarse en alguna memoria, algún logro ajeno.
No sé
que más decir.
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