Y tu irás hasta el
fin, y reposarás, y te levantarás
Para recibir tu
heredad al fin de los días.
DANIEL 12.13
A propósito de la
designación del papa argentino, como tal, ya que vivo en Buenos Aires, me dejó
pensando la necesidad de fe por parte de los creyentes, qué lleva a una persona
a creer, que hace que un sustantivo abstracto se
represente en nombre de un purpurado vicario de Jesucristo.
Todo esto hace que
revise mi sentido del dogma, aquello que alguna vez fue motivo de discordia y
de un profundo análisis. Como todos los hijos de padres católicos, fui
bautizado sin poder elegir, pero siempre sentí, desde la adolescencia, que mi
alma era pagana.
Entonces me pregunto
en qué creo...
He allí la
disyuntiva.
Creo que creo en lo
que creo que no creo.
Y creo que no creo en lo que creo que creo.
El caligrama de
Oliverio Girondo esclarece la profunda ignorancia que las personas tienen sobre
temas considerados cruciales o inevitables, conforme pasan los años.
Creo que creo en la
idea de Dios, aquella necesidad de que el mundo, o lo que vemos delante
nuestro, es algo más que lo que vemos delante nuestro, y entonces siento que
nunca voy a encontrar a Dios como un hecho concreto, como una certeza, y sin
embargo lo voy a seguir buscando, en una piedra, en la mirada de un sapo, o en
la orilla fría del mar...la idea, no la manifestación ni el sentido de
pertenencia.
Suelo tener
acercamientos hacia concepciones pagánicas y gnósticas, incluso panteístas, sin
saber bien del todo de qué tratan sus principales conceptos, pero en esto hay
que hurgar un poco entre las inalcanzables lecturas de los filósofos griegos,
realmente es complicado poder aseverar un sentido de pertenencia hacia lo que
algunos consideran “mezclas sincréticas de creencias orientalistas” e
ideas de la filosofía griega, en especial la platónica. Hay algo de aquella
dualidad que establece controversias. Entre los primigenios vericuetos se
filtra la poesía, los primeros videntes, los que podían revelar aquello que se
temía, y tal vez el libro de Daniel sea una muestra cabal de aquellas
imbricaciones.
Esto escribió Kalil Gibran sobre Jesús, lo llamó“príncipe de los poetas”, lo representó como un revolucionario que
le puso el cuerpo a las ideas, como alguien que le pegó una enorme patada al
sistema, y al dejar en evidencia la disociación de lo aparente tuvo que pagar
por ello, arrancando para siempre la venda de los ojos. Y lo que me deja
meditabundo y perplejo es que el ejemplo de su sacrificio se haya establecido
como imagen de una iglesia ampulosa, que en su nombre persiguió y asesinó a
cuantos se opusieron, “Dios lo quiere”, decían los cruzados, por tomar
solo una pequeña hendidura de la historia. Bastaría revisar todo aquello para
dudar de las actuales estructuras, entendiendo con el acto la ausencia de
acercamiento hacia los seres humanos y las profundas divisiones sociales que ha
causado la religión. Entonces aparece aquella frase de José Saramago de que si
el mundo fuese ateo no hubieran ocurrido tantas matanzas. Matar y morir porque
el otro, el semejante, no cree en lo que yo creo. Creencia, nada más que
creencia, decía Saramago, y es tan absurdo como cierto.
Jesús, el candente Jesús, quien se
rodeaba de los pobres, enfermos terminales, ladrones y prostitutas, tuvo por
principal virtud la pobreza, y entonces veo los ornamentos del Vaticano, las
alfombras rojas, los utensillos de oro, y no logro entender ese sentido de
pertenencia de quienes ungen con devoción los faldones papales, pretendiendo
santificar una investidura, un objeto de la fe.
La verdad no existe.
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